La última dictadura militar en Argentina aún deja huellas. Los testimonios y anécdotas resuenan constantemente. La lucha por que se haga justicia sigue en pie. Desde el cine, se han construido ficciones y documentales a lo largo del tiempo que reflejan los hechos ocurridos entre 1976 y 1983. Ahora llega Dixit, un film duro y no apto para cualquiera. Fotos impactantes, archivos televisivos de la época, declaraciones increíbles y testimonios que ponen los pelos de punta. De esta manera, se recorren distintos puntos del país: La Perla en Córdoba, la ex ESMA en Buenos Aires, La Escuelita en Neuquén, etc. Los sobrevivientes o familiares de desaparecidos vuelven al lugar del hecho, a los campos de concentración, a sus más temidos lugares. Recuerdan con detalles cada momento y cada lugar. De a poco reconstruyen la historia argentina y su propia historia. Todos ellos son testigos de uno de los momentos más oscuros del país, sólo por haber estado en el lugar y tiempo equivocados o simplemente en la agenda de un conocido. También están los que creían en la lucha ajena, la cual tomaron como propia...
Un testimonio que cala hondo Si hay algo que hay que reconocer a este documental de Alcides Chiesa y Carlos Eduardo Martínez con guión de Alejandro Montiel es haber logrado unir testimonios desgarradores de los sobrevivientes al terror de Estado acaecido entre 1976 hasta 1983, año en que se recuperó la democracia de manera definitiva con un rotundo consenso social y la impostergable búsqueda de justicia por los atropellos y atrocidades cometidas durante la dictadura militar. Dixit apela a una dialéctica de contrastes lo suficientemente sólida para comprender el sentido y valor de la memoria y de recordar el pasado para no repetirlo en el presente, tal como lo muestra la selección meticulosa de material de archivo que refleja el tratamiento cómplice y sumiso de los medios de comunicación funcionales al régimen dictatorial para ocultar el horror de aquellos años en que se secuestraron, torturaron y asesinaron a miles de argentinos bajo el pretexto de una guerra civil que jamás existió. Pero la fuerza de los testimonios tan crudos como despojados de especulaciones políticas se magnifica al reconocer los lugares o espacios en recorridos desde el presente para reconstruir un capítulo sangriento de la historia contemporánea argentina y con un enfoque abarcador que se extiende desde Buenos Aires con la nefasta ESMA hasta el norte más profundo con La Escuelita pasando por los centros clandestinos El Vesubio, La Perla o el Pozo Arana. Son esos rincones a veces reacondicionados y otras desnudos los que conservan los recuerdos más terribles en sus estructuras o en sus paredes y en los que pareciera haberse detenido el tiempo como si se tratara de un segmento de un film de ciencia ficción. En los rostros percudidos y ajados de cada testigo que valientemente expone su historia a cámara descansa el consuelo de miles que pasaron por las mismas circunstancias y otros tantos que desafortunadamente no podrán contarnos esa parte de la historia, la cual recién en esta última etapa y a casi treinta años de conseguida la democracia resuena hoy cada vez con más fuerza. Sin embargo, más allá del valor de este documental como un testimonial necesario, que reconoce sus propios límites desde el punto de vista cinematográfico, la premisa se resignifica a partir de la figura de Jorge Julio López, secuestrado en 2006 un día antes de conocerse la sentencia por el juicio que lo contaba como principal testigo para condenar a sus torturadores. Ese detalle que no es menor cala realmente hondo y llama a la reflexión en estos tiempos de confrontaciones ideológicas, reivindicaciones llamativas y un largo etcétera que seguramente en el futuro se termine por dilucidar.
Blanco y negro El documental de Alcides Chiesa y Carlos Eduardo Martínez contrapone testimonios actuales sobre los centros clandestinos de detención y segmentos televisivos de archivo de la última dictadura cívico-militar. Desde la restauración democrática, el cine documental ha cumplido un aporte fundamental a la hora de pensar las causas y consecuencias de la última dictadura. Algunos notables ejemplos han hecho foco en la apropiación de bebés y sus consecuencias históricas (Nietos (Identidad y memoria) (2004), de Benjamín Ávila), mientras que otros construyeron una mirada más general (con rigor en ambos casos). Dixit (2013) toma una premisa interesante: centrarse en los centros clandestinos de detención a partir de personas que estuvieron detenidas allí o sus familiares y, al mismo tiempo, contraponer esos testimonios con los archivos audiovisuales de los programas informativos de aquel período. A partir de una serie de capítulos (cada uno de ellos, sobre un espacio en particular), Chiesa y Martínez se detienen en la voz de una o dos personas, lo que le permite al espectador conocer sus vivencias sin interrupciones molestas. El formato eminentemente televisivo (planos estáticos y algunos elementos sonoros altisonantes) permite ese contacto “directo”, pero al mismo tiempo la contundencia (ya no histórica, sino estética) se resiente un poco. Uno de los méritos de este trabajo es federalizar su tema; hay capítulos que transcurren en Buenos Aires, pero otros en Tucumán o Neuquén, por ejemplo. A diferencia del citado caso de Ávila, los realizadores no eligen un solo núcleo temático más allá de la contraposición que hemos apuntado. El desarraigo, los mecanismos represivos, la psicología de las víctimas y los victimarios, la apropiación de niños, el rol de la Iglesia y el empresariado; algunos de los temas que aparecen en los testimonios. Como es de esperar, los hay duros; pero en la voz de sus protagonistas cobran un sentido histórico, único. Sin golpes bajos (si hay golpes, son las lógicas emociones que se pueden desprender de una anécdota dolorosa), Dixit no alcanza un rigor técnico-estético sobresaliente, pero sí es valiosa la forma en la que en un único trabajo se aúnan pasado y presente sin perder emotividad. Particularmente valioso es el material de archivo, sobre todo aquel que revela la complicidad de algunos altos sectores de la Iglesia (el deleznable Monseñor Bonamón, por ejemplo), o los pasajes que muestran la perspectiva del Mundial del ’78 por fuera del periodismo deportivo. El capítulo final recupera la figura de Julio López y su testimonio –crucial-, que sirvió para condenar a cadena perpetua a Miguel Etchecolatz. Dixit se transforma, minuto a minuto, en un fresco generacional que se proyecta hacia el futuro. Suena a lugar común, pero cuesta no decir que este es un trabajo de visión obligatoria.
“Amidst the great crisis our country endured towards the beginning of the 21st century, we had access to plenty of television newsreels taped during the military dictatorship. All these hours of television showed an almost perfect country, with no conflicts, no strikes, no protests, and a military with a repetitive speech about the existence of a slanderous, hidden and mysterious enemy: international terrorism,” says Argentine filmmaker Alcides Chiesa about his documentary Dixit, co-directed with Carlos Martínez, which pits the official version (that of the genocides and its apologists) against the testimonies of people who were kidnapped and others who, though not abducted, were still victims and can talk about those dark, underground places of torture. In Dixit, Chiesa, himself kidnapped and detained for 10 months in the penitentiary units of La Plata and Rawson, goes for a very straightforward, no beating around the bush approach. He intertwines compelling television material featuring notorious military officials but also their defenders and (be it in the media realm, the world of business, or in that of religion, with the Catholic Church) testimonies from people who were in nine different clandestine detention centres, including the infamous El Vesubio, the plant of the Ford factory in Pacheco, and the one in the Hospital Posadas. From the confrontation, you can see how unreal and perverse the official version was. The words and images speak for themselves. So do the faces and gestures of the victims. As for the newsreels, the truth is they are indeed appalling. Not that you haven’t seen any of this material before, it’s just that while well known, it still feels mind blowing — and extremely painful. That is precisely the film’s chief asset. The testimonies of the victims are overwhelmingly moving (how could they not be?), and those who speak do so calmly, carefully picking each word they utter. It’s not only what they say, but how they say it. Their voices are precise, undeniable. They are not furious, they’ve gone way over that. They just want to their tell stories in order to keep the memory alive. So, by having nine people talk about nine clandestine detention centres, you get a picture of a bigger scope, one of unspeakable horror. This way, Dixit becomes a valuable historical document that goes beyond being simply a film. At the same, in terms of film form, Dixit follows conventions by the book. And yet it somewhat fails to acquire an overall good pace and lacks some dramatic progression. Sometimes it drags and stalls, and this is when you may lose interest — it does become a bit repetitive. Less would have been more. A tighter editing job would have given it more resonance. Nonetheless, Dixit fulfils most of its goals even if doesn’t reach its full potential.
Dixit se ocupa del drama de la última dictadura militar argentina, un tema que el cine nacional ha abordado con frecuencia en los últimos años y alrededor del cual la discusión ha tomado nuevo impulso durante la experiencia política del kirchnerismo. La película cruza distintos testimonios de víctimas del terrorismo de Estado con materiales de archivo procedentes de la TV de la época. El film funciona también a manera de homenaje a la perseverante lucha de los organismos de derechos humanos argentinos y como documento inapelable para mantener la memoria viva del horror. El recorrido por los centros clandestinos de detención de Buenos Aires, Córdoba, Tucumán y Neuquén grafica la extensión nacional del plan represivo, cuya propaganda hoy se degrada en caricatura, pero en aquella época surtió un efecto profundo: a la sociedad argentina le costó más de la cuenta sacarse de encima el famoso "algo habrán hecho". La notable cantidad de testimonios revela un ajustado trabajo de investigación de los realizadores de la película y recuerda con contundencia el lamentable papel institucional de la Iglesia, sintetizado en la figura del obispo de La Plata, monseñor Antonio Plaza, y la irritante complicidad de parte de la clase empresaria, simbolizada con crudeza en la situación de los obreros de la Ford, cuyos reclamos gremiales fueron aplastados a fuerza de torturas y desapariciones en el propio lugar de trabajo. El ejercicio que propone la película es saludable, pero es probable que un estilo menos atado a los convencionalismos sobre un tema lógicamente muy transitado hubiera potenciado su efectividad. Dixit denota una confianza tan evidente en su repertorio testimonial -es particularmente conmovedor el recuerdo de Jorge Julio López, desaparecido en plena democracia, un día antes de la condena al represor Miguel Etchecolatz- que olvida casi por completo los asuntos formales. La exigencia puede sonar superficial, pero ese descuido probablemente conspire contra uno de los principales objetivos de un trabajo de esta naturaleza, la llegada a la mayor cantidad de audiencia posible.
Pesadilla en lo profundo de la noche Alcides Chiesa y Carlos Eduardo Martínez trabajaron durante mucho tiempo recopilando materiales de archivo de la última dictadura en los canales de televisión. Pero esa investigación fue sólo el punto de partida, ya que con la reapertura de los juicios a los represores el proyecto derivó hacia otros terrenos: los testimonios de los sobrevivientes de los centros clandestinos de detención. El film (que supera las dos horas) está estructurado en segmentos: un campo de concentración, consignas o canciones entonadas por los organismos de derechos humanos, imágenes de la época (los dictadores dando discursos, la represión en las calles, etc) y luego un largo testimonio de alguien que vivió desde dentro el horror. El resultado es impecable, salvo por un uso recurrente, ampuloso (y para mi gusto innecesario) de la música. Los directores viajaron por todo el país (se recuperan historias de la ex ESMA, el Vesubio o el Hospital Posadas, pero también de La Perla en Córdoba o de La Escuelita en Neuquén) y seleccionaron los casos más emblemáticos y desgarradores. El film está auspiciado por (y realizado en homenaje a) organizaciones como Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y cierra con las declaraciones de Jorge Julio López durante el juicio a Miguel Etchecolatz y otros asesinos en La Plata, poco antes de convertirse en un desaparecido más (y, para peor, en Democracia). Una experiencia dura, sí, pero conmovedora y necesaria.
El horror contado por sus víctimas La película, de fuerte impacto emocional, recoge el relato de sobrevivientes de nueve centros clandestinos de detención, familiares y testigos. Los testimonios se contraponen con discursos de los represores y de sus apologistas. ¿Se puede representar el horror? El gran cineasta francés Claude Lanzmann, director de la monumental Shoah, siempre creyó que no. Por eso concibió la mayor obra cinematográfica sobre el Holocausto como un relato testimonial sin acompañamiento musical, voz en off ni imágenes de archivo. La pregunta puede efectuarse nuevamente si se analiza otro genocidio; en este caso, el perpetrado por la última dictadura militar argentina 1976-1983, porque, se sabe, la forma en que estos criminales actuaron tiene similitudes con los métodos empleados por los nazis contra los judíos. Y al ver Dixit, documental de Carlos Eduardo Martínez y Alcides Chiesa, queda claro que la fórmula empleada por ambos cineastas para darle estructura a su largometraje de más de dos horas de duración es la de la “cabeza parlante”, porque el corazón de su película radica en el relato testimonial de sobrevivientes de nueve centros clandestinos de detención (CCD), familiares y testigos. Y la fuerza y sobre todo la crudeza que tienen esos relatos permiten que hablen por sí mismos. De ahí, el título elegido. Aunque Chiesa y Martínez –que tampoco utilizaron la voz en off– no se privaron del acompañamiento musical ni de muy pequeñas –casi ínfimas– representaciones. Y también utilizaron material de archivo. Dixit es un documento fílmico tan necesario como doloroso. Imagen: Daniel Garcia / AFP. La dupla planeó hacer un mapeo de lo sucedido en los campos de concentración argentinos, algunos de los cuales son conocidos por la gran mayoría, como la ESMA, La Perla o El Vesubio. Pero otros, al menos, no fueron tan conocidos. Tal es el caso del CCD que funcionó en el Hospital Posadas o el que se montó en la planta de General Pacheco de la Ford. Así es como se escucha al doctor Carlos Apesteguía contar que, a los cuatro días del golpe, llegó un batallón del Ejército al mando del general Reynaldo Bignone y “tomó este hospital como si fuera una plaza militar”. En ese lugar donde se salvan vidas, también se secuestró, se torturó y desaparecieron personas. No menos revelador resulta el testimonio de los ex delegados de la Ford Pedro Troiani y Carlos Propato, cuando recuerdan que con el ingreso del Ejército al interior de la planta automotriz parecía “que se venía una guerra dentro de la fábrica”, por la dimensión de los operativos de secuestros. Ambos brindan detalles minuciosos de cómo actuaban los represores contra los empleados. Hay otros casos de sobrevivientes de CCD. Por ejemplo, Susana Reyes, que estuvo en El Vesubio, cuenta que junto a su pareja, Osvaldo, esperaban con ansias un bebé y cuando se enteraron de que ella estaba embarazada y estaban brindando por la noticia, un grupo de tareas irrumpió en la casa. Reyes relata cómo vivían las mujeres embarazadas en El Vesubio. Y también recuerda cuando le mostró su panza a Osvaldo y “ése fue su contacto con su hijo”. Si algunos testimonios son de fuerte impacto emocional, otros estremecen y producen escalofríos. Tal es el caso del relato de Toto López, sobreviviente de La Perla (Córdoba), cuando explica que los gendarmes comían pollo los domingos y los detenidos, muertos de hambre, buscaban los restos de comida dentro de la basura, mezclados con papel higiénico con materia fecal y algodones con sangre de menstruación de mujeres. Los relatos de los sobrevivientes, familiares y testigos se contraponen con fragmentos de discursos de los genocidas y de sus apologistas tanto desde el campo del periodismo como desde la Iglesia Católica. Pero queda claro que este ejercicio tiene como objetivo poner en evidencia las barbaridades del régimen no sólo desde su accionar, sino también de su modo de comunicar. Así se lo puede escuchar a monseñor Bonamín, provicario castrense durante esa época, decir: “Cuando se olvidan los deberes de conciencia hay que multiplicar los medios de represión”. Dixit es un documental difícil de digerir. No es tarea sencilla ver más de dos horas de testimonios de sufrimientos y, a la vez, de discursos de los perversos que orquestaron el genocidio en el país, defendidos impunemente por sus apologistas. En ese sentido, el espectador tiene que estar preparado para escuchar vivencias extremadamente dolorosas –algunos entrevistados lloran frente a cámara–, pero que trazan un panorama de cómo miles de personas lucharon frente a la adversidad en el momento más nefasto de la Argentina. Y, en ese sentido, hay que apreciarlo como un trabajo necesario porque rescata el valor de aquellos que pudieron sobrevivir al terrorismo de Estado, que padecieron en carne propia. Y también es necesario para que, a 37 años del golpe, todo eso que relatan sobrevivientes, familiares y testigos no suceda Nunca Más.
¿Qué potencia puede tener un documental sobre un tema ya tratado infinidad de veces, tanto en el plano de la realidad como de la ficción? la respuesta es mucha, porque el tema de la última dictadura militar es sencillamente inagotable, lamentablemente nunca pierde actualidad, como una herida que no cierra, talvez por que la misma sociedad, a veces, colabora en que no cicatrice. Alcides Chiesa sufrió en su cuerpo las terribles consecuencias del régimen de facto, secuestrado durante un largo período, son marcas que el tiempo no pudo y no va a borrar. Alguien dice que la mejor terapia es compartir ese dolor con los demás, abrirse, ponerse en palabras de otros quizás, y eso es lo que hace Chiesa junto a Carlos Martinez (compañeros en la escuela del Instituto de Cine en los años duros) en Dixit, narrar el dolor, no directamente el propio, sino el de diferentes testimonios, nueve para ser exactos, pero en el que se vislumbra que la mirada detrás de cámara también tiene algo para decir. Dixit es un documental que llevó muchos años de gestación, una recapitulación de material de archivo periodístico de aquellos años que les fue entregada a los directores hace ya casi 15 años, la depuración y reparación del mismo, y ahora con el cambio de tiempo, la necesidad de que ese material vea la luz; material utilizado como separadores, como imágenes intercaladas, y que acompañan duros testimoniios del horror. Estructurada en forma de capítulos numerados, Dixit es un documental de entrevista, distintas personas aparecen frente a cámara y relatan sus espantosas viviendas, cómo fueron capturados, qué les pasó estando secuestrados, la liberación, y el recuerdo de los que no corrieron con la misma suerte. Nueve fuertes testimonios, difíciles de escuchar sin compenetrarse, aunque también es difícil entrar en su dolor, jamás podremos entender el sufrimiento por el que pasaron. Los capítulos son referidos a distintos centros clandestinos, cada víctima estuvo detenido en uno distinto, y sin embargo, lógicamente, los testimonios se parecen. Hay quienes padecieron torturas físicas, vejaciones sexuales, derrumbamientos psicológicos, denigraciones humanas de todo tipo, y hasta el dolor inmenso de perder la identidad propia o tener a alguien muy cercano desaparecido, o un nieto que no sabemos dónde está viviendo con una vida que no es la suya. La mezcla de imágenes es contundente, los archivos de medios de comunicación desnudan la complicidad, y en conjunto con los testimonios saber de qué eran cómplices lo vuelve todo más terrible. De factura simple, Chiesa y Martinez saben que lo importante en este caso es el qué y no tanto el cómo; las palabras y las imágenes tienen tanto peso de por sí que no necesitan de gran técnica parar ser expuestas. Sí quizás juegue en contra una duración algo xtendida de 134 minutos que en algún momento puede dispersar la atención, pero a su vez, pensar en recortar algún testimonio parece terriblemente injusto. Párrafo aparte para el testimonio de Jorge Julio Lopez, en realidad, la declaración testimonial que prestó en el juicio contra Miguel Etchecolatz antes de su desaparición en el año 2006; escuchar esas palabras dichas con tanta perturbación, miedo, un temblor propio de ver a su demonio frente a él, en el marco de los otros ocho testimonios cobran un valor inmenso, de comprensión y de dolor. Nada ha terminado, esta es una pelea que os que la sufrieron la siguen combatiendo día a día, si algo aprendieron los sobrevivientes es que no hay que dar las victorias por sentado, y que hay marcas que nada, y menos el olvido y el perdón, pueden borrar.
CIERTAS VOCES SON SIEMPRE VOCES EN EL PRESENTE Alcides Chiesa y Carlos Eduardo Martínez tuvieron en su poder gran cantidad de material de noticieros en el momento más álgido de la dictadura argentina. Clasificaron, anotaron, organizaron y consideraron que con ello no podrían armar una película. Pero del trabajo con este material surgió un proyecto muy interesante: traer al presente la dictadura, sus voces y la reafirmación de la extensión geográfica, la increíble llegada que el terror tuvo en cada rincón de nuestro país. Así realizaron Dixit, una película que aun trayendo al presente historias similares a muchas ya conocidas, haciéndolo de un modo clásico y si se quiere hasta convencional, conmociona, produce nuevos sentidos, aporta acumulación de saber sobre la verdad histórica. Los realizadores recuperan historias de diferentes centros clandestinos de detención a lo largo de todo el país. La vieja centralidad del área urbana bonaerense abre lugar a centros en el resto del país y la casi excluyente presencia de centros castrenses deja espacio a la visión de espacios civiles donde se detuvo a trabajadores con el comando de las fuerzas armadas (la planta Ford de Pacheco). Asimismo la voz de los principales personajes de la dictadura se mezcla con la de civiles dispuestos a alabar, cuando no a acompañar y apoyar la acción del terror de Estado. La dialéctica entre los testimonios, el espacio de la represión y la voz de los represores alcanza una intensidad notable. A partir de material de archivo y testimonios recogidos, la película aporta a la construcción de una memoria que empieza a refinar el análisis sobre esta revulsiva época. Así, los militares no son los únicos efectores de tal maquinaria. La práctica represiva es sostenida, promovida y alentada por empresarios, periodistas y por la iglesia (el testimonio de monseñor Bonamín es tan corto como inapelable en su potencia significante), entre otros actores que prefieren seguir escondiéndose atrás de los uniformados. Otro valor central es aportar, desde los relatos y su montaje con el material de archivo, el mecanismo de la construcción del terror. El ejército dentro de las plantas fabriles, la “ocupación” de los barrios populares, la falta de piedad de quienes circunstancialmente se encuentran con los secuestrados por los grupos de tareas. El caso más notable es el testimonio de un detenido en la ciudad de Cipolletti, que es obligado a suicidarse bajo amenaza de matar a sus hijas. El terror en su máxima expresión, el terror como posibilidad de ejercer cualquier acto violento sobre el cuerpo de uno o de sus personas amadas. El uso de los cantos populares contra la dictadura en modo de canto colectivo es un hallazgo estético que pone también a la película en un espacio de combate, no de mero reflejo de testimonios. El filme es, de este modo, un hecho político y de construcción de la memoria en sí mismo. Dixit es cine militante del mejor. Por Daniel Cholakian redaccion@cineramaplus.com.ar