En una incierta frontera con la locura
Con guión y dirección de Alejandro Chomski, la película se adentra en un género poco transitado del cine argentino: el fantástico. La perfecta arquitectura del libro original resuelve circularmente el ir y venir de subjetividades.
Como en la mayor parte de los films argentinos que no responden a una ya elaborada estrategia de mercado, el estreno de los mismos no sólo se ve postergado en el mejor de los casos; sino, como ocurre con este film, condicionado a su presentación en festivales internacionales y premios obtenidos en los mismos. El espectador que decida ver Dormir al sol, una de las pocas y atípicas incursiones de nuestro cine en el territorio del fantástico, podrá comprobar que antes de los credits se pasa revista a las menciones y lauros obtenidos en el exterior.
Autor por igual del guión y de la dirección, Alejandro Chomski ya había, a principios de los 90, realizado un cortometraje sobre uno de los cuentos del autor del autor de Dormir al sol, Adolfo Bioy Casares; quien, por otra parte, ha merecido hasta el presente versiones en el cine de algunas de sus obras, tanto en nuestro país, como en otras latitudes. Merece recordarse, en un momento en el que el cine argentino estaba marcado por un sello de censura, limitado a ciertos temas, que el primer film que lleva a Leopoldo Torre Nilsson a ubicarse detrás de la cámara, en carácter de co?realizador junto a su padre, todo un nombre ya, Leopoldo Torre Ríos, fue El crimen de Oribe, basado en la nouvelle de Bioy Casares El perjurio de la nieve, dada a conocer a principios de los 40. Escrito el guión junto a Arturo Cerretani, e interpretado por Roberto Escalada, Carlos Thompson, María Concepción César, entre otros, el film fue finalmente estrenado en abril de 1950 y se considera una obra de bisagra en la historia del cine latinoamericano. Y será el mismo Nilsson quien en 1975, ahora con la colaboración en el guión de Luis Pico Estrada lleve a la pantalla Diario de la guerra del cerdo, film que en este momento es objeto de una remake.
A sesenta años de aquella primera presencia de la literatura de Adolfo Bioy Casares en el cine, y ciertamente en sus escritos la imaginería cinematográfica nos sale en numerosas oportunidades al cruce, llega este film que ya desde el inicio nos ubica frente a un mapa de imágenes de radiografías que nos proponen un recorrido por el interior de nuestra anatomía y al mismo tiempo por un periplo que tiene como escenario el enigmático diseño arquitectónico de Parque Chas, donde los barrios no tienen esquinas. Espacio geometrizado que nos es presentado desde una mirada descendente como la que nos propone esta historia en la que sus personajes descenderán a un juego simétrico de mutaciones que se libran entre el espacio de la llamada normalidad y la locura.
En el prólogo de esta novela, publicada en 1973, Bioy Casares expresa la alegría que le significó escribir esta obra y comienza su texto manifestando "Alguna vez dije que si los libros fueran casas, me gustaría irme a vivir a Dormir al sol. Tal vez sea el libro que me representa de un modo más auténtico, porque está desprovisto de tragedia o, más precisamente, de dolor. Yo tengo una inteligencia pesimista, pero soy una persona de temperamento optimista. Tanto La invención de Morel como El sueño de los héroes son historias donde la muerte está presente; en Dormir al sol, en cambio, puede sentirse el gusto por la vida".
Estimo, pues, que para poder entrar en sintonía con las palabras de Bioy Casares debemos aceptar ese pacto que creo, parcialmente, el film logra. Ese pacto, ese acuerdo con el que va construyendo una lógica que si bien parte de consideraciones científicas, poco a poco, va abriendo las puertas de lo fantástico; mediante algunas situaciones que apuntan a develar mecanismos de extrañamiento, que abren a episodios que nos permiten reconocer bosquejos kafkianos, en las que el tiempo, juega como un sin tiempo; en este relato en el que su personaje, Lucio Bordenave, interpretado por un destacado Luis Machín, tiene como oficio el de relojero.
Como en gran parte de los relatos de este orden, algo de lo ajeno y de lo anómalo comienza a poner en crisis un determinado orden. En el ámbito familiar de Lucio y Delia (aquí los nombres propios mirarán luego hacia el territorio del doble) se comienza a insinuar una fisura, muestra otras. Y esto da ingreso a un estatuto científico marcado por conductas manipulatorias.
Entre el espacio del hogar y el Instituto Psiquiátrico, el texto de Bioy Casares y el film de Alejandro Chomski abren un recorrido marcado por un ir y venir de subjetividades que se resuelven circularmente en el orden del relato; subrayados en el film por la voz de Elvira Ríos interpretando el bolero Mi carta. Esa carta confesional que da cuenta de lo acontecido, que intentará exponer qué ha ocurrido, desenmascarar a esos actuales habitantes, acercar a los nuevos solitarios que ahora deambulan separados.
En su acercamiento al fantástico y a la escritura de Bioy Casares, con Dormir al sol su guionista y director, como parte del elenco, logran una digna transposición en un género que no cuenta, por cierto con una tradición en nuestro cine. En 1968?1969 Jorge Luis Borges y Bioy Casares escribieron el libro cinematográfico de Invasión, llevado al cine por Hugo Santiago, hoy un film de culto, motivo de publicaciones y cinco años después, para el mismo director, radicado ya en Francia, Les Autres.
Crítico de cine en la revista "El Espectador", cinéfilo, amante de los westerns, admirador de Stan Laurel y Oliver Hardy, Buster Keaton, Ernst Lubitsch, Alfred Hitchcock, Adolfo Bioy Casares declaró énfaticamente en una oportunidad: "Me gustaría esperar el fin del mundo en una sala de cine".