Un mundo pesadillesco
Una curiosa película nacional que habla sobre la imposibilidad de amar y los cambios de identidades a través de elementos fantásticos que birinda la novela homónima de Adolfo Bioy Casares.
Dormir al sol puede desconcertar al espectador desprevenido pero tiene a su favor una atmósfera de locura y de apariencias engañosas que confunden a los personajes y hasta al mismo público. Ambientada en los años 50 y en un barrio que no tiene esquinas (ni escapatoria para quienes lo habitan), la película sigue los pasos de Lucio Bordenave (Luis Machín), un ex bancario devenido en relojero. Todo transcurre tranquilamente hasta que su esposa Diana (Esther Goris) es internada en un instituto de salud mental dirigido por un inquietante profesional (Carlos Belloso).
El director Alejandro Chomski (Hoy y mañana;A beautiful life) comienza su narración con la toma subjetiva de un perro y presenta a personajes que se mueven en un ámbito cotidiano que se va enrareciendo con el correr de los minutos. En el elenco sobresalen Luis Machín y Esther Goris, la pareja en cuestión, dejando en un segundo plano a la hermana de Diana (Florencia Peña); al abuelo (Alfonso Pícaro, quien acompañara al Negro Olmedo en el sketch de Alvarez) y a nietos y vecinos cuyas vidas transcurren sin sobresaltos.
Lo racional va desapareciendo a medida que se explican una serie de experimentos sobre el "lavado de cebrero" y el espectador se sumergirá en una realidad irreal o una realidad tangible. Todo eso es Dormir al sol, un film distinto, provocativo, que llega con dos años de retraso y no le teme al ridículo o a su arriesgada estructura cíclica en la que la locura también dice presente. La fantasía golpea a la puerta de una casa de barrio.