Con aciertos parciales en el clima y en algún personaje aislado, Dormir al sol tiene algunos de los problemas de El sueño de los héroes, de Sergio Renán. Ambas películas "adaptan" para encajar la literatura "en cine" y, más allá de su valentía para meterse con novelas fundamentales, no se apropian de ellas con la determinación e imaginación suficientes como para encarar de manera más fructífera el problema del traslado del fantástico de Bioy al cine. El peso de Bioy está ahí, y tanto es así que Dormir al sol, película dirigida por Alejandro Chomski, comienza con un perro y algunas imágenes subjetivas (del sujeto perro). El espectador que no leyó la novela tal vez se extrañe, y el lector entiende la referencia a la novela leída en su totalidad. Así, esta película sobre un relojero, su mujer con problemas psicológicos y su internación en una misteriosa clínica expone su decisión de mantenerse bajo Bioy. O, mejor dicho, bajo el peso de la novela o sobre aquello que recorta de ella.
Ni Bioy ni ningún gran escritor son meramente sus tramas. Si en La invención de Morel y Plan de evasión las tramas eran más asfixiantes, en Dormir al sol -con su mundo amable y repleto de referencias digresivas a la vida barrial porteña de los cincuenta- importan y mucho el ambiente creado a partir de los modos de los personajes, su tono asordinado, su extraordinaria gracia, su liviandad. Lamentablemente, Chomski resalta de forma demasiado solitaria la trama, con personajes que, vaciados de sus características más atractivas, cumplen funciones antes que existir vivamente. El Lucio Bordenave que interpreta Machín es excesivamente melifluo, apocado, acartonado. Ese exceso lo acerca a lo poco creíble, como cuando interactúa con Adriana María (Florencia Peña, que en su breve rol deja ver algunas bienvenidas chispas verbales). La tendencia a la solemnidad de los diálogos y su disposición excesivamente prolija evidencia un armado que nos hace demasiado conscientes de que en realidad lo importante pasa por otro lado. De esa forma, se pierde la posibilidad de que entre de forma fluida el costado científico-fantástico del relato. Por otra parte, el amor entre Diana (Goris) y Lucio, fundamental para entender lo que sucede, flaquea en su construcción: las declaraciones de amor que se prodigan no revelan aquello a lo que apuntan (la pasión de Lucio, que debería ser el motor). Con el costado más juguetón de la novela descartado y una respiración narrativa entrecortada, Dormir al sol aparece como almidonada, tal vez hasta rígida. Dos películas argentinas recientes hacen referencia a Bioy sin adaptarlo: son Historias extraordinarias, de Mariano Llinás, y Los paranoicos, de Gabriel Medina (esta última traspone el corazón de la anécdota de El sueño de los héroes a un universo contemporáneo). Ambas parecen decir que la mejor manera de acercarse a Bioy desde el cine es traerlo a un nuevo modo de existencia. Ese modo, esa película nueva, está en Dormir al sol como demasiado breve promesa en los aislados y refulgentes planos del agua, la balsa y el perro.