Qué vida de perros
La novela de Bioy Casares tiene un cuidado correlato en la mirada de Alejandro Chomski.
El universo de Bioy Casares es más o menos difícil de trasladar a la pantalla -recordar El sueño de los héroes , de Sergio Renán-, en particular el de Dormir al sol . Es el tipo de relato en el que las sutilezas enmarcan una trama con sorpresas, más que vueltas de tuerca. De esas narraciones que se disfrutan más y mejor a medida que se van desarrollando y abriendo los ojos al lector/espectador.Por ejemplo, ¿qué es esa cámara subjetiva de un perro, casi al comienzo? Lucio Bordenave -una de las mejores composiciones de Luis Machín en el cine, pareja con la de Felicidades , de Lucho Bender-, huérfano desde chico, trabajaba en un banco, pero ahora desempleado, es un relojero. Casado con Diana (Esther Goris, irreconocible estando tan contenida), escucha la siguiente pregunta de otro personaje: “¿De vuelta mal de los nervios?”, le dicen en referencia a su esposa. Es que Diana -¿quién no conoció a una perra con ese nombre?- tiene la teoría de que los perros hablan.Y como hay gente que no entiende, no comparte esa filosofía, Diana termina internada en el Instituto Frenopático, contra la voluntad de Lucio. Ya la tuvo internada en otros lugares y bajo otras circunstancias. Pero accede: él también advierte que Diana no está del todo bien de la cabeza.De a poco, Lucio notará que loque sucede a su alrededor tampoco condice con lo que algunos denominaría normal. ¿Qué es normal? Su cuñada (Florencia Peña) no hace otra cosa que intentar seducirlo. El doctor Samaniego (un Carlos Belloso que el cine debería aprovechar más) le responde con ambivalencias cuando él quiere saber cómo está su esposa. ¿Qué está pasando? La riqueza del filme de Alejandro Chomski radica en la creación de atmósferas y la (re)creación de época -Parque Chas, sin tiempo especificado, serían los ‘50-. En pocas películas la ambientación cobra la fuerza necesaria para acompañar y no reforzar lo que se está contando.El relato tiene un momento, un clic, en el que como solía decirse hay que creer o reventar. Optamos por lo primero, no sólo por una cuestión de supervivencia, sino porque a la sonrisa que acompaña la comprobación de lo que se intuía, le sigue un desenlace acorde con lo que venía pasando.“No confundas tristeza con locura” es una de las pocas frases que, tras la visión del filme, perdura en el recuerdo. No interesa quién la pronuncia, pero está allí el centro de la cuestión. Como toda buena película, Dormir al sol permite más de un interpretación, más de una mirada.Cada cual con lo suyo, cada loco con su tema.