Bioy Casares bien adaptado al cine
¿Cómo llevar al cine la singular extrañeza, el humorismo de acción retardada y las amables (solo aparentemente nimias) especulaciones filosóficas de Bioy Casares? Pocos lo han intentado: Mercedes Frutos con «Otra esperanza», Sergio Renán y «El sueño de los héroes», unos italianos y franceses que, a decir del autor, «desinventaron La invención de Morel», y, por supuesto, Torre Nilsson, que de joven adaptó «El perjurio de la nieve» y le salió una obra bastante buena, «El crimen de Oribe». No podemos decir lo mismo de la que hizo ya grande, «La guerra del cerdo». En cambio la que vemos ahora, «la de los perritos», como dijo una espectadora, también salió bastante buena. El realizador, Alejandro Chomsky, captó el tono del escritor, su modo de introducirnos en ciertos asuntos y hacernos sentir, entre gozosos, curiosos, y crecientemente inquietos, algo raro en la normalidad cotidiana, algo que se manifiesta con una lógica levemente distinta a la que uno supone, y que al final puede resultarnos brillante como exposición, pero terrible como especulación. Todo eso, prácticamente sin efectos especiales ni exageraciones fotográficas. Solo con un excelente elenco que sabe representar lo que les pasa a sus personajes por dentro, empezando por Luis Machin, excelente, Esther Goris, Carlos Belloso como un peligro andante, y Florencia Peña como cuñada necesitada e insistente. Otro punto fuerte, la ambientación de Mariana Di Paola en un barrio que envuelve y encierra a sus habitantes, y en un tiempo, el de los años 50, que genera evocaciones de hogar, vida tranquila, costumbres familiares, mantenido amor matrimonial, e inocente respeto, pero también miedo particular ante las experimentaciones de la ciencia.
En ese mundo vive un empleado bancario cesante, dedicado a relojero, con su querida esposa, cuyas obsesiones de madre frustrada le van alterando la cabeza. Para ayudarla a sentirse bien, alguien le aconseja mal. Y ahí cobra peso un frenólogo al frente de un instituto frenopático (otro placer evocativo son los nombres de ciertas entidades y corrientes del conocimiento que impresionaban en aquel entonces).
¿Será este facultativo un encubierto Mengele de barrio? ¿Lo advertirá a tiempo el relojero, y salvará al matrimonio de los riesgos de una separación entre alma y cuerpo? ¿O de ciertos experimentos de «felicidad domesticada», extensible a toda la sociedad? Bioy le hace decir al psiquiatra «Recuerde, señor Bordenave, que un médico de mi especialidad tiene algo de funcionario policial y hasta de juez». Pero también lo pinta como un reverendo ridículo. Bueno, uno de los deleites de la novela es esa capacidad de contar algo dramático como si fuera una cachada. Lo mismo había hecho Mijail Bulgachov al tratar un tema parecido, pero desde otro ángulo, en su amargo «Corazón de perro», que Alberto Lattuada llevó al cine como «comedia seria». De eso le falta un poco al joven Chomsky. Este drama de amor pudo ser más gracioso. Pero igual interesa.
Rodaje en Mercedes, provincia de San Luis, como si fuera Parque Chas (y en Parque Chas también).