¿Tenemos los humanos algún órgano que nos permita percibir el tiempo? Tenemos vista, olfato, gusto, tacto, audición y sabemos cómo funcionan esos sentidos. Pero a pesar que podemos sentirlo, no podemos explicar cómo percibimos el tiempo. Y, más allá de los relojes, reconocemos que somos atravesados por el tiempo de una forma subjetiva. Drift nos habla del tiempo desde tres perspectivas: la del relato, las percepciones de las protagonistas y del propio espectador.
El audiovisual es un tipo de producción artística en la cual el espacio y el tiempo son elementos constitutivos. Por supuesto que también se distinguen otros dispositivos como el sujeto, el montaje, el punto de vista, la voz humana, la construcción plástica y sonora. Pero el tiempo es una dimensión de la narrativa que siempre merece ser repensado, y mucho más en este momento de monocorde uniformidad audiovisual, impuesta por industrias y plataformas.
Mientras los guionistas miden con regla el tiempo que ocurre entre una acción con la intención de mantener al público “atado” a la pantalla en cualquier serie de las miles que pronto olvidaremos, Drift es una película que obliga a pensar y percibir el tiempo. El tiempo es el relato. Es más que un dispositivo narrativo. Lo que se cuenta es la propia percepción del tiempo, un tiempo que transcurre más allá de que puedan o no ocurrir otras cosas; es el tiempo que ocurre mientras ocurre la vida.
Narrativamente Drift cuenta muy poco sobre dos mujeres que comparten un tiempo en algún lugar de playa, en días fríos y otoñales; que se despiden mientras una de ellas deja su casa y sus cosas en algún lugar de Alemania, para partir en un viaje hacia otra ciudad y de la que tampoco sabremos mucho. Nunca nos serán dados datos precisos. Hay un acento argentino intuido en la forma que la viajera pronuncia Bariloche, pero no mucho más. Luego vendrá un largo viaje en el mar y en solitario.
El tiempo en Drift es el tiempo de las nadas en la que se espera. Y si ese tiempo de las nadas es habitualmente dejado de lado en cualquier relato cotidiano (¿acaso alguien contaría el tiempo en blanco si se le pregunta qué hizo durante el día?) ese será el objeto central en Drift. Ni las mujeres conversando intrascendencias, ni el viaje en velero y el mar repetido, ni las ciudades ignotas o los recorridos casi surrealistas son lo principal. El agua en movimiento, una suerte de letanía narrativa, es la forma de reconstruir el tiempo y no ya del espacio. Visualmente ese mar es movimiento más que volumen; la monotonía vacua del sonido más que la dimensión.
Allí, en el mismo momento de ser espectadores, compartimos con las protagonistas el tiempo de espera, el tiempo entre que pase algo y ocurra otra cosa, esas cosas que puedan ser “contadas”. ¿Qué se cuenta entonces cuando no se cuenta nada (si respetamos el formato monolítico del presente audiovisual)? Se cuenta una pregunta sobre la existencia y el tiempo. Sobre el deseo contenido, y sobre la potencia de lo que será.
¿Qué pasa en la película entre la despedida simple y la charla del reencuentro a través de una computadora? Lo importante en Drift no aquello que cuenta a través del dispositivo tradicional. Cuenta la vida, que está allí siempre en espera, siempre en clave de tiempo. Tal vez la única cosa cierta; tal vez la única cosa imperceptible. Porque la vida está atravesada por la variable del tiempo mucho más que por las variables del espacio.
¿Cuál es el órgano que percibe el tiempo? Como espectador de Drift, esa la pregunta que hace unos días me hago. Tal vez, y solo tal vez, esto sirva para interesarles en la ópera prima de esta realizadora alemana.
DRIFT
Drift. Alemania, 2017.
Dirección y fotografía: Helena Wittmann. Intérpretes: Theresa George y Josefina Gill. Guion: Helena Wittmann y Theresa George. Música: Nika Son. Duración: 98 minutos.