The last picture show
Efectos Colaterales puede significar la última película de Steven Soderbergh. El director de Traffic (2000), La Gran Estafa (Ocean's Eleven, 2001) y Contagio (Contagion, 2011), entre muchas otras, anunció que a sus cortos 50 años se retira de la dirección cinematográfica. Aunque no parece muy probable que sea verdad, o mejor dicho, es probable que sea verdad hoy pero no mañana.
En su supuesta última incursión en el cine, Steven Soderbergh hace una película desconcertante, y este desconcierto le juega tanto a favor, al momento de construir un Thriller donde el factor sorpresa toma relevancia, como en contra.
Inicialmente, y ayudada por el nombre y el tráiler, la película se nos presenta como una fuerte crítica al rol de las farmacéuticas en esta sociedad donde los medicamentos psiquiátricos son un condimento del que se abusa para sobrellevar la vida, esa vida que no llena, que no es como uno la imagina. Emily (Rooney Mara) es una joven inestable que, al salir su marido (Channing Tatum) de prisión, comienza a sufrir una depresión que la lleva a un intento fallido de suicidio. Es ahí donde se comienza a tratar con el Dr. Banks (Jude Law), un psiquiatra que la medica y que deberá contactarse con la anterior psiquiatra de Emily (Catherine Zeta-Jones) para conocer sus antecedentes. A esta altura están todos los personajes del poster presentados. Para acentuar la idea de que nos encontramos ante una película de denuncia, el guionista es Scott Z. Burns, el mismo de Contagio, que parecía querer volver a realizar una película de esas que toman un tema importante que afecta a la sociedad para explicarlo, para desenmarañar esa red de la que todos somos parte pero que nadie conoce (hasta que vemos una de estas películas y comprendemos).
Toda esta parafernalia se termina cuando la protagonista comete un asesinato bajo los efectos de las drogas. Desde ahí se construye un thriller lleno de mentiras y la película toma un rumbo que no esperaba. El punto cambia, lo que parecía una crítica ahora deja de serlo. La película ya no señala el problema, ya no se preocupa por emitir un juicio sobre el asunto, solo se limita a utilizarlo como un medio para el desarrollo de la trama. Los personajes dejan de ser juzgados, no existen los buenos y los malos realmente, existen solo los inocentes y los culpables de este caso específico.
El thriller comienza y funciona, aunque depende de este desconcierto inicial y de una más que rebuscada verdad. Finalmente se desenmascara un poco rápido y asigna demasiado tiempo a una conclusión, que asume sorpresiva, pero que se convierte en la más lógica ya conocidos los hechos.
Steven Soderbergh, luego de una no muy extensa pero prolífica carrera, le pone fin con una insinuación aleccionadora que felizmente desemboca en un thriller sin reflexiones de sobra.