Carta por el retiro
Estimado Steven Soderbergh:
En realidad no sé a cuál Soderbergh le estoy escribiendo, porque estoy convencido de que usted es como Harvey “Dos caras” Dent, o como Dr. Jekyll/Mr. Hyde, pero aplicado al cine: puede pasar de lo independiente a lo mainstream, de lo interesante a lo intrascendente, de lo inteligente a lo idiota, de lo coherente a lo incoherente, de lo profundo a lo superficial, de lo estimulante a lo indignante.
No deja de ser extraño que mis dudas aumenten a medida que usted acumula obras. En ninguna de ellas le puedo dejar de reconocer oficio, capacidad para la puesta en escena y habilidad para narrar. Y es por eso que se genera en mí, como espectador y como crítico, toda una paradoja: no deja de llamarme la atención su agudeza y voluntad de quiebre en filmes como Che: el argentino, Che: guerrilla y El desinformante, pero también su pereza e hipocresía creativa en Traffic o la trilogía de La gran estafa.
Y aquí llegamos a Efectos colaterales, que supuestamente es su despedida. ¿En serio es su despedida? ¿De verdad? ¿Posta? No me estará macaneando, ¿no? Digo, porque ya venía amagando con retirarse desde Ahora son trece, pero eso fue hace seis años… ¡y en el medio hizo diez películas! Pero bueno, debo decir que la primera mitad de Efectos colaterales no deja de ser interesante. Usted le incorpora cierto nervio y claustrofobia al relato centrado en Emily (Rooney Mara), su incapacidad para superar la depresión a pesar de que su esposo, Martin (Channing Tatum), salió de prisión, y los efectos secundarios que generan en ella los medicamentos prescriptos por su psiquiatra, Jonathan (Jude Law). La narración busca deliberadamente la incomodidad en el espectador, sin resignar un alegato social sobre los manejos de las compañías farmacéuticas y las hipocresías profesionales de los médicos.
Ahora, en un momento se produce un quiebre en la trama -que pasa a estar focalizada en el personaje de Jonathan-, y a la película le pasa algo similar a Contagio, que arrancaba criticando fuertemente a las instituciones públicas y privadas, para luego hacer un giro totalmente arbitrario y terminar reivindicándolas. Acá es aún peor: no sólo las instituciones a nivel familiar, judicial y de la salud quedan a salvo, sino que para que eso suceda, el film se convierte en un vehículo de actitudes machistas, homofóbicas y hasta misóginas. Las mujeres terminan siendo vistas como manipuladoras, mentirosas, materialistas o a lo sumo tontas. Incluso actitudes tramposas realizadas por personajes femeninos en los minutos previos y totalmente desacreditadas, son avaladas cuando las hace Jonathan. ¿Qué quiso hacer, señor Soderbergh? ¿Para qué reactualizar el tono de anteriores exponentes del machismo prestigioso, como Atracción fatal? ¿Por qué tantas vueltas de tuerca inverosímiles, que hacen recordar a cintas que ya ni siquiera se exhiben en el cable, como Sin rastro (que, oh casualidad, estaba escrita y dirigida por el guionista de Traffic)?
¿Qué pasó con el cineasta que concibió La traición? Ese era un film que conseguía presentar a una mujer en un relato de acción que no se tenía que convertir en un macho para pelear, disparar y enfrentarse a diversos obstáculos. Allí la acción se convertía en mujer de la mejor manera posible. En Efectos colaterales no. Ahí todo es conservadurismo vendido como independencia.
Me dan ganas de decirle que no es forma de despedirse, señor Soderbergh. Que por ahí le conviene filmar algo más, para que su última obra termine siendo cerrando su carrera de forma más decente. O quizás no, tal vez lo mejor sea que se retire ya, sin vueltas. Cuando tengamos que recordar algo suyo, veremos La traición, El desinformante, el díptico del Che, Sexo, mentiras y video. Y ya está. El resto que quede en un piadoso olvido.
Atentamente.