Cuando en 1989 empecé a estudiar cine en la Escuela Superior de Cinematografía dirigida por Manlio Pereyra aún se filmaba en Super 8, se montaba con empalmadora, se pegaba la película con cinta transparente y se proyectaba con proyectores cuyo ruido era un efecto de sonido insoslayable. Aprendí cuestiones cinematográficas manipulando el material y descubriendo que la persistencia retiniana más que un defecto de la vista es una bendición de los sentidos. El video llegó después, no mucho más allá, y las cosas cambiaron porque se morigeraron los sacrificios del rodaje, al menos para los estudiantes de cine.
Ayer domingo al mediodía reconozco en la calle Agüero a Lucas Marcheggiano y lo saludo. Lucas me comenta sobre la película que lo tiene como codirector que en Holanda a la gente le conmovió la cuestión de hacer cine sin dinero y que querían pasarle a los alumnos de sus escuelas las películas de Daniel Burmeister para que supieran que hay gente que hace las cosas en forma distinta. ¿Es que EL AMBULANTE trata sobre cómo hacer cine sin dinero? Sí, en últilmo lugar trata sobre eso, sobre hacer cine más que sin dinero con lo que se tiene a mano. Es que no hay cosa más importante que el cine, que encerrarse en una sala oscura a comprender cómo se vive en el mundo, y para eso no es necesario meter tanto la mano en el bolsillo sino saber mirar alrededor.
Pero bueno, uno ha crecido, y como ha crecido la primera impresión que tiene de Daniel Burmeister es que es un chanta de película. Burmeister ideó un sistema para vivir de arriba que consiste en ir de pueblo en pueblo, por el interior de la Argentina, con la excusa de filmar con su cámara Super VHS historias como Matemos al tío haciendo participar como actores a los habitantes del lugar, exhibiendo el video más o menos al mes en el salón de la iglesia a precios módicos y vendiéndoles la copia del trabajo a los participantes, sus parientes y vecinos; durante el tiempo que dura su estancia en el pueblo Burmeister vive de las provisiones que le da un almacén y en la casa que le presta la intendencia del lugar. A las autoridades del pueblo las convence con las cartas de intención que otras autoridades redactaron tras su paso por la comunidad. Hay que sacarse el sombrero porque el viejo Burmeister es un capo de aquellos: hace 14 años que vive de eso y aunque tiene un Dodge destartalado hace lo que se le canta y hasta tiene un millón de amigos. Y ahí entonces se acaba eso de pensar con sorna sobre la gente cuando uno le tiene (¿sana?) envidia, porque uno es un sentimental y Burmeister tiene un millón de amigos. Uy. Tiene un millón de amigos...
En EL AMBULANTE Burmeister llega al alba y se va al atardecer atravesando un camino polvoriento. Tiene el aspecto de personaje secundario en alguna comedia entrañable: afable, de hablar pausado y sereno y mayor como un abuelo. De a poco pero sin pausa vamos conociendo su modus operandi, a las autoridades de Benjamín Gould, al intendente del pueblo (un hombre gordo enorme con más cara de asombro que de desconfiado), a la almacenera, a un remisero, a los bomberos. Y es así que cuando llega el momento del casting uno haya perdido la aprensión inicial y sienta que lo quiere a Burmeister, tanto como para ir a Canals con él para convocar a algunos actores de ese pueblo vecino y que ya se hicieron famosos en otra secuencia de casamiento. Porque la película que filma Burmeister en Benjamín Gould, en Córdoba, al filo de Santa Fe, es la número 58 con uno de los cuatro o cinco guiones que Burmeister tiene en la manga para tales efectos.
Y algo llama la atención a esta altura del relato: cada vez que Daniel Burmeister dice la palabra película el acento en la i estira la vocal y las eles suenan más musicales aún, como si esa palabra lograse proyectar sus más profundos secretos e intereses. Entonces tomamos conciencia que no veremos Matemos al tío sino que estamos viendo una película que diluyó las marcas del género documental como si fuera una acuarela humedecida por la emoción. Si Daniel Burmeister nos resulta más grande que la vida es porque Eduardo de la Serna, Lucas Marcheggiano y Adriana Yurcovich supieron observarlo sin calificación y nos muestran su trabajo concientes de lo que producen pero sin segundas intenciones. Lo importante para ellos es el trabajo de Burmeister, no EL AMBULANTE: quizás las películas de Burmeister no sean buenos ejemplos cinematográficos ni películas que rompan moldes establecidos para crear nuevas formas. Las películas de Burmeister son documentos políticos precisos porque consiguen fomentar el bien común y atienden el derecho humano de la gente de verse reflejada por el arte, no importa su envergadura técnica o su aliento de posteridad. Daniel Burmeister vive de esto, de filmar la vida de la gente, su propia vida; no vive con holgura ni tampoco es millonario, pero como Shane en el western de George Stevens tiene una misión que cumplir con las familias argentinas y luego se podrá ir satisfecho caminando hacia el sol a soñar el sueño de los héroes.