Cine por dos pesos
El documental de Eduardo de la Serna, Lucas Marcheggiano y Adriana Yurcovich sigue la peripecia de Daniel Burmeister, singular y verborrágico anciano que va de pueblo en pueblo filmando “películas artesanales”.
El ambulante (2009) fue presentado en la última edición del BAFICI. En la sala repleta (que toda película en Competencia garantiza) quedó bien claro que si el film tiene timming y se disfruta de forma distendida, la principal clave está en Burmeister. Anciano “bonachón” y de un optimismo a prueba de balas, el hombre consigue alojamiento y comida gratis, una cámara un tanto rudimentaria, y -lo que es más importante- la complicidad amable y desinteresada de todo un pueblo. Se trata de un plan que instrumenta desde hace años, sin otro objetivo más que el propio regocijo y el de los participantes inmediatos. No hay en él vocación “festivalera” ni mucho menos comercial. Tampoco hay reflexión sociológica, tan solo la convicción de que su quehacer artístico puede contagiar el entusiasmo de los otros, en pueblos en donde ni siquiera hay salas de cine.
El documental sigue el proceso de realización del film en cuestión, su austera edición (por decirlo de algún modo) y su posterior exhibición sobre una sábana. En su pureza y en sus matices más nobles (jamás subestima a los vecinos, por más cómicos que suenen sus diálogos) la película no deja de reflexionar sobre cómo concebimos al objeto artístico, hasta qué punto el ensamblaje de una obra puede definirse de forma autónoma y de forma social. Una de las claves de lectura para pensar esta dualidad está en la misma construcción de la película: lejos de llevar la impronta clase b de los films de Burmeister, su narrativa episódica y su excelente fotografía están precisamente en las antípodas de las obras de aquel.
Los realizadores tuvieron la inteligencia de ver en el material la potencia de la figura del anciano, protagonista absoluto del film. En la transparencia y en la vertiente minimalista del guión está el mayor merito. No siempre “más en más”. De forma intersticial, se cuelan en el metraje anécdotas biográficas (del pasado y del presente) y algunos relatos que viran más hacia la comicidad, aunque las mayores risas provienen de los desajustes propios del método de producción. Un ejemplo es el del travelling, que Burmeister consigue siendo arrastrado por unos niños encima de una tela.
El ambulante no pretende consagrar un modelo de producción débil, en un plano más abstracto se trata de un film que reflexiona sobre el quehacer cinematográfico desde otra perspectiva, puesto que si consideramos “artesanal” algo que en su génesis es industrial, nos estamos alejando del dispositivo-cine para hablar de otra cosa. Este retrato amable y distendido nos recuerda el placer que significa la expectación en la oscuridad de una sala, el poder de los géneros sobre el público masivo, el arte del cine como goce inmediato.