Cuando hice mi comentario sobre el film "Letters to Juliet", resalté que en el cine actual de Hollywood no se encuentran películas románticas protagonizadas por personas mayores. Pareciera que las historias de amor sólo ocurren entre jóvenes. Hay algunas excepciones, "Letters to Juliet", "The Notebook" y "Last Chance Harvey" son de las pocas estrenadas en los últimos años que incluyen una historia de amor (ya sea principal o secundaria) sobre gente adulta. El guionista/director debutante Nicholas Fackler presenta un drama romántico (por momentos, comedia romántica) con espíritu navideño, en donde seguimos a dos personas mayores mientras se conocen y enamoran. Robert es un anciano solitario, con una rutina aburrida que repite día tras día. Mary es su nueva vecina, una mujer que vive enfrente y se mete en la casa de él sin permiso. Sus vidas se cruzan, permitiendo que se conozcan y enamoren. Robert escucha los consejos amorosos del manager del supermercado donde trabaja y Mary recibe la atención de su hija. "Lovely, Still" es una tierna y encantadora historia de amor, acompañada por las excelentes actuaciones de dos grandes actores ganadores del premio Oscar, Martin Landau y Ellen Burstyn, además de las participaciones secundarias de Adam Scott y Elizabeth Banks. Siendo una historia que involucra a personas mayores, uno imagina que algo triste puede pasar, pero el tramo final revela un inesperado y emotivo giro (si luego uno repasa la película, seguramente descubrirá algunos indicios) que le da un buen cierre el relato.
Dos extraños conocidos El amor de Robert, ópera prima del director Nicholas Fackler, trata sobre el romance entre dos personas mayores; el redescubrimiento del amor entre dos personas que por diversas razones parecen encontrarse transitando en solitario el ocaso de sus vidas. Sin embargo, nada aquí es como parece. Repentinamente, el apacible mundo de Robert (Landau) se modifica cualitativamente: la vida solitaria finaliza cuando al llegar del trabajo encuentra a Mary (Burstyn), la vecina de enfrente, en su casa. Pero algo raro ocurre con ella, su modo entusiasta -casi agresivo- de insistir en el vínculo con Robert y la extraña familiaridad con la que actúa sorprende al espectador, quien finalmente comenzará a entrever el secreto que Mary oculta. Hay grandes aciertos en la producción: desde las extraordinarias caracterizaciones de Landau y Burstyn, la muy acertada musicalización, hasta el tono narrativo del comienzo que preanuncia una historia sencilla sin pretensiones exageradas y de correcta factura, lo cual resulta infrecuente en una ópera prima. Lamentablemente, ese comienzo preanunciado se desvanece en el último tercio del film con un desenlace excesivamente desconcertante e injustificado. Más ruidoso que efectivo; más espectacular que coherente, desanda un camino prudente pero sólido, sencillo aunque emotivo. La propuesta remite a aquellas producciones como Pánico en la escena (Alfred Hitchcock); El sexto sentido (M. Shyamalan) o Los sospechosos de siempre (Brian Singer), cuyos finales sorpresivos son precisamente el golpe de gracia del film, lo que en la jerga hitchockeana se denomina el whodunit. Sabemos que Hitchcock desaconsejaba este tipo de desenlaces (a pesar de haber realizado él mismo uno de ese tipo) por considerarlo excesivamente trabajoso y poco creíble narrativamente. Por supuesto que existen excepciones, Los sospechosos… es un excelente thriller, magistralmente realizado. Quizás la diferencia es que el final parece ser más orgánico, aún en la sorpresa que produce en el espectador. Esto es lo que no ocurre con el film de Fackler. Su desenlace no maravilla, aturde. Creo que de todas formas vale la pena rescatar los trabajos actorales de Landau y Burstyn. Excelentes.
Desde ahora y para siempre Un romance otoñal, con un giro a mitad del trayecto. El amor puede llegar a una edad en la que los familiares crean que quienes están en la tercera edad deberían preocuparse por otras cosas. Pero no. Robert conoce a Mary, y surge, a primera vista, una atracción. Las chispas de ese amor, que lo hace despertar a la noche al protagonista, y no por un problema de próstata, y las cosas que Robert le dice a su amada, hablan de un entendimiento puro, sensible, mágico. Mary se presenta como una nueva vecina de Robert, quien trabaja en un supermercado, y que pide tips para enfrentar esa nueva relación a la que parece no haber vivido nunca tan intensamente. El manager del lugar (Adam Scott) trata de ayudarlo. Está por llegar la Navidad y el sentimiento de este hombre, que vive en soledad, parece renovarse, florecer en pleno invierno. Los temores y la vergüenza de la primera cita, y el encontrarse con alguien con quien comparte vaya uno a saber cuántas cosas hacen que Robert actúe casi como un niño. Tanto el manager como la hija de Mary (Elizabeth Banks) aprueban esta relación. ¿Por qué no habrían de hacerlo…? Nicholas Fackler, quien debutó en la dirección con esta película a los 24 años, muestra una madurez poco habitual a esa edad, acorde con el relato que ha encarado. Martin Landau, que había cumplido los 80 cuando actuó en este filme de 2008, ofrece una entrega total con su personaje. Lo acompaña Ellen Burstyn, acostumbrada a estas alturas a componer mujeres mayores con el corazón abierto y la dignidad a flor de piel. Hay algo de Capra en el aire de El amor de Robert , tan cierto como que el giro en la historia después de la mitad de la proyección pueda enojar y/o entusiasmar más al espectador. Queda en usted.
Sensible historia de un amor de senectud Al momento de rodaje de esta película, el veterano Martin Landau ya tenía 80 años. Muchos lo recuerdan por sus trabajos en el drama racial «Noche sin fin», «Tucker, un hombre y su sueño», «El Majestic», «Crímenes y pecados» (uno de los pocos films donde fue protagonista) y «Ed Wood», que le permitió ganar un Oscar como mejor actor de reparto encarnando a Bela Lugosi en su decadencia. Su partenaire en esta ocasión es Ellen Burstyn, que ya había cumplido los 76. Muchos la recordarán como la apetecible y muy buena actriz rubia de «Alicia ya no vive aquí», «El año que viene a la misma hora», o «Harry y Tonto». Los más jóvenes, como la madre de «El exorcista» y de «Requiem por un sueño», dos sucesos para amantes del estremecimiento. Pues bien, ahora Landau y Burstyn coprotagonizan esto que inicialmente parece ser una nueva historia de amores otoñales en los lindos suburbios de una ciudad con nieve. Para el caso, Omaha, en Nebraska. Hasta puede ser una historia de Navidad, ya que transcurre en esa semana. Pero hay un detalle. La mujer del relato es todavía bonita, agradable, atendible. ¿Por qué habría de interesarse en un viejo que ya parece medio perdido, casi a las puertas del geriátrico, según lo representa Landau? Sin embargo, le pide una cita. De a poco vamos captando otros detalles también extraños, perturbadores, pero todo mostrado con creciente sentido poético, una poesía visual que permite sublimar la angustia, porque a medida que entendemos lo que realmente pasa, la intriga va cediendo espacio al dolor. Hasta que todo queda claro. Éste no es un cuento de Navidad. Es un momento de la realidad, que cada uno debe afrontar. El trabajo de estos dos veteranos es digno de admiración. Saben imponer sus arrugas, sus miradas tan expresivas, el temblor de sus voces en la pantalla. Y hay algo más, que pocos saben, también digno de admirar. Al momento del rodaje el autor de esta película, su primera película, Nicholas Fackler, tenía apenas 23 años. Un muchacho de expresión todavía adolescente, que quizá todavía vive en casa de los padres, se gana la vida haciendo videoclips que firma como Nick Fackler, vive ahí nomás en Omaha, y debe querer mucho a sus abuelos. Esta película es del 2009, no ha hecho otra todavía, pero vale la pena tenerlo en cuenta.
Nunca es tarde para amar El amor de Robert (Lovely, Still, 2008) narra la historia de un enamoramiento en el ocaso de la vida evadiendo el sentimentalismo craso. Pero un desenlace que requiere la suspensión total de la incredulidad hacen que el debut cinematográfico de Nicholas Fackler quede a mitad de camino de la gran película que pudo ser. El Robert del título (Martin Landau) vive apaciblemente dividiendo su tiempo entre un relajado trabajo en un supermercado bajo la tutela del simpático Mike (Adam Scott) y la soledad de su hogar. Todo cambia el día que lo visita su vecina Mary (Ellen Burstyn) y descubre que no hay límites temporales para el amor. Es sorprendente que sea un operaprimista de 24 años quien aborde un tema que el cine no visita con frecuencia. Vaya uno a saber por qué, pero la industria no se suele ligar el amor con la vejez. Y cuando lo aborda lo hace apostando más a la exacerbación del melodrama –Diario de una pasión (The notebook, 2004)- o al romanticismo casi épico -el ingreso a caballo de Franco Nero en el final de Cartas a Julieta (Letters to Juliet, 2010)-. En esa dirección van los dos tercios iniciales de El amor de Robert, con una enamoramiento idílico y por momentos edulcorado. Pero luego irrumpe la enfermedad, reubicando al film más cerca de la excelente Lejos de ella (Away for her, 2006), aunque con un punto de vista opuesto. La diferencia es que si la canadiense Sarah Polley apostaba a lo sobrio y riguroso para hacer un retrato descarnado del ocaso físico y mental de una mujer, Fackler toma a la estilización como norte aludiendo a un espectador dispuesto a entrar en la lógica de ese mundo. Aun con sus irregularidades y con decisiones discutibles, El amor de Robert es un film sincero, cálido y noble, que se yergue amparándose en sus escasas pretensiones. No está mal, sobre todo en la inminencia de las vacaciones de invierno.
Fábula azucarada, banal y manipuladora La tardía compensación para un ser solitario que nunca conoció el amor; el breve milagro de un romance otoñal que alcanza para justificar, poco antes del final, una vida hasta entonces vacía de emociones. Una fábula sentimental, azucarada, navideña y superficial es lo que el debutante Nik Fackler expone durante dos tercios de la película, con la ingenua convicción de que bastará la presencia de dos consagradas y prestigiosas leyendas -Martin Landau y Ellen Burstyn- para justificar el endeble contenido de su historia y para mantener vivo el interés del espectador hasta que se imponga un brusco cambio de tono y la lavada novelita rosa muestre su verdadera cara y revele la intención manipuladora del film. Un error tras otro. Los dos personajes centrales -el solterón solitario de más de ochenta que trabaja en un supermercado, tiene afición por el dibujo y apenas mantiene algún contacto humano con su joven gerente, y la nueva vecina presuntamente viuda, algo más joven y saludable, que desde el primer momento manifiesta especial interés por él- no son más que una colección de estereotipos sobre la tercera edad. La relación que los une se manifiesta en una sucesión de insípidas postales románticas de extremo convencionalismo que los dos actores representan -seguramente por voluntad del realizador- como si fueran chicos de siete años. No hay vibración humana, no hay pasado ni conflictos, ni tampoco historias laterales que aporten algún sabor al desabrido caldo: todo es de un buscado sentimentalismo que sólo produce aburrimiento. Salvo que se tomen en cuenta las confusas imágenes de los sueños de Robert que sugieren, tenuemente, que en su cerebro no todo es tan llano y sencillo como parece. Total, que hay que atravesar casi una hora de planicie narrativa (apenas sostenida por el esfuerzo de los actores, especialmente por algunas sugerentes miradas de Ellen Burstyn) para que por fin Fackler descargue el sorpresivo golpe manipulador que desafía cualquier lógica y cambia el tono y la perspectiva de la historia. Una trampa que podrá juzgarse imperdonable y que -eso es lo peor- poco ayuda a redimir al film de sus múltiples torpezas.
Le voy a ser sincero, no tenía muchas expectativas con El Amor de Robert. En un mercado como el nuestro casi el 50% de las películas que se estrenan por año son de Estados Unidos. El hecho de estrenarse una de 2008 en plena temporada de tanques me resultaba raro. Como si se buscara en el baúl de los recuerdos algo que sirva para tapar baches. De todos los golpes que existen en el boxeo, el golpe bajo es el más condenable. Es sorpresivo, si. Pero traicionero y malintencionado. Esto se da a veces en el cine. El Amor de Robert es fácilmente clasificable dentro de esta categoría. Robert (Martín Landau) es un hombre de unos ochenta años. Tiene un trabajo de esos que parecen dar algunas empresas y comercios para subir su imagen. En este caso, un autoservicio. Su vida parece esperar el ocaso dentro de una rutina en la que dibujar resulta una suerte de escapismo a la trabajosa tarea de evitar conectarse con el mundo. Mary (ellen Burstyn) es todo lo contrario. No sólo parece amar vivir; sino también creer en las oportunidades y nuevos comienzos. Durante parte de la película, quedan claras las intenciones de ambos con los juegos de miradas y cierta actitud corporal. Mary y Robert se van enamorando merced a la fuerza espiritual de ella y la disminución de las defensas de él. Lo que al principio amaga con funcionar muy bien luego se va cayendo y uno se da cuenta de que en realidad el gran secreto es la química de dos grandes actores, interpretando sus personajes al servicio de una historia que va preparando de a poco una trampa cuidadosamente colocada ahí debajo. Donde la sensibilidad del espectador llega a confundir llanto con dolor y lágrima con buen cine. El director y guionista Nick Fackler hace su debut detrás de las cámaras con un libreto que aparenta querer hablar sobre la tercera edad y el amor que puede florecer en cualquier momento, incluso para personas que prácticamente han renunciado a vivir. Nunca logra profundidad con su narrativa. Simplemente porque no hay ningún antecedente que permita conocer mas a fondo a los personajes. Las pesadillas que sufre Robert están tan difusas como su pasado; no ayudan a explicar nada y solamente una actitud positiva del personaje de Mary sirve como base para disparar momentos que sobresalen de la chatura de la historia. Como lo único que hay para mostrar es lo que pasa entre ellos desde el comienzo hasta el final, Fackler se despacha con un martes trece que ríase de Jason y su machete. Le da un giro tan incongruente al final de su película que hasta parece utilizar una enfermedad grave como una advertencia innecesaria de vivir el presente porque puede pasar lo peor. Sólo la fotografía es destacable entre los rubros técnicos, pero me da la sensación que toda le hegemonía que logra hubiera merecido otra película. La banda de sonido es monótona y hasta predecible. Molesta inclusive. Por ejemplo, cuando suena interrumpiendo el trabajo gestual de Landau y Burstyn que sorprenden trabajando muy bien sus personajes a pesar de la falta de información del guión para componerlos. No aplica como melodrama porque no lo es a pesar de los lugares comunes en los que se instala por momentos. Es sencillamente un drama mal realizado y con una pésima elección y tratamiento del golpe de efecto. Digo, golpe bajo. Queda advertido. Hasta luego.
Pasión en el crepúsculo Cuando leía la gacetilla de prensa, enseguida me di cuenta que "Lovely, still" había tenido un serio problema de distribución en USA. Claro, las películas con protagonistas de la tercera edad no abundan y en general, salvo raras excepciones, no llevan gente a las salas. Recuerdo en Argentina, "Elsa y Fred" (más de medio millón de espectadores en 2005) pero no me vienen a la mente grandes sucesos en relación con esta temática. La vejez, la muerte, el abandono y los duelos son lugares que el público prefiere no transitar masivamente. De más está decirles que a pesar de que en "El amor de Robert" encontramos a dos soberbios actores como Martín Landau y Ellen Burstyn, venderla y llevarla a los cines no fue tarea fácil. Su director, el debutante Nicholas Fackler, tuvo positivo feedback de la industria, pero el hecho de su corta edad (23 al iniciar el rodaje) junto a los aspectos ya comentados, hicieron que el enorme trabajo que hizo con su equipo tuviera una llegada limitadísima. Es un film chiquito y lo han visto muy pocas personas en todo el mundo, por lo que hay que destacar el valor de quienes lo trajeron aquí. La historia de "Lovely still" es una historia de amor. Sí, lo es. No tradicional (en pantalla pocas veces vemos el desarrollo de un romance en nuestros adultos mayores) y bastante fuerte, desde lo emotivo. La muerte es una situación límite que nos incomoda como audiencia y cuando en la pantalla somos testigos de los sinsabores y consecuencias que la edad trae (las enfermedades y la soledad, a la cabeza), escapamos. Más quienes tenemos padres que pronto recorrerán ese camino. No son situaciones lindas, la de ver como el cuerpo deja de responder, la mente se deteriora y nuestros seres amados preparan su partida de este plano. No, para nada. Aquí, "El amor de Robert" gira sobre dos grandes núcleos narrativos, el empezar a entablar una relación con alguien a una edad avanzada y el inexorable paso del tiempo que afecta la psiquis y el cuerpo del protagonista masculino. Ambos, están bien contados y transmiten al espectador muchas sensaciones reconocibles que afectan y resignifican momentos personales muy íntimos. Pero hay que sostenerlas desde la butaca. Robert Malone (Martín Landau, ancianísimo ya) es un hombre de avanzada edad que vive solo. Trabaja de repositor en un pequeño mercado y su vida no tiene muchos matices, excepto que tiene por hobby la pintura y es bueno en él. Cuando empieza la película vemos que su auto está incrustado en la puerta del garage. Más tarde nos enteraremos que, según sus palabras, tenía que llegar al baño y no pudo estacionar como es debido. El vehículo, al parecer, lleva varios días ahí: primera conclusión (dolorosa), Robert está más que solo, puede morirse mañana y sólo lo notaría su jefe, un joven y simpático Adam Scott. Extrañamente, tiene una admiradora, una bella y madura mujer (que parece mucho más joven y sana que él), Mary (fantástica Ellen Burstyn) quien se acerca un día a ver cómo está, preocupada por lo que ve en la entrada de su casa (el auto). Entre los dos, hay atracción inmediata y la iniciativa para volverse a ver la toma la mujer, quien invita a Robert a cenar al día siguiente. El hombre accederá y tendrá que recibir consejos de su empleador sobre como relacionarse en una cita normal, ya que parece desconocer las convenciones del rito. De ahí en más, Mary y él comenzarán una relación, pero a la vuelta de la esquina, Robert iniciará su via crucis personal cuando los síntomas de la enfermedad que se percibían se acrecientan hasta afectarlo mal. "Lovely still" está muy bien actuada e incluso es un buen texto para teatro. Eso sí, el guión está poblado de silencios, la acción se hace a veces muy lenta y los eventos tienen el ritmo de la ancianidad: de a ratos parece que la película se quedó en pausa. Inmóvil. Landau usa todo su cuerpo para convencernos del infierno que atraviesa y lo hace bien. Me hizo acordar mucho su actuación a la de "Venus" de Peter O'Toole (2006). Aunque aquel era un relato más lumionoso y este más sombrio, ambos parecen pensados desde la esperanza. Es un film de difícil digestión. Durante gran parte del metraje el tiempo parece no transcurrir y cuando los hechos comienzan a desfilar caen sobre el espectador con insusitada violencia. No puedo decir que es una película mediocre, porque no lo es. Si que abusa de los golpes bajos y que es una propuesta para la que hay que ir preparados. Correcta, pequeña, lenta y con un tema que no es amigable, quizás el último legado de un gran actor como es Martín Landau.
Para el amor no hay edad Este drama romántico en el que como en un cuento de Navidad, se pone de manifiesto que el amor no tiene edad, es lo que propone el estadounidense Nicholas Fackler, en su opera prima. El filme está ambientado en los días previos al 25 de diciembre y muestra, con pronunciados y repetitivos detalles, como es la cotidianidad de un anciano de unos ochenta años, que todos los días va rutinariamente a su trabajo, en un supermercado. Robert vive solo y mientras prepara el árbol de Navidad en su casa, con un único regalo que él mismo se compró, piensa en que le gustaría, tal vez, tener una familia. LA SOLEDAD Pero esta cuestión de la familia y los por qué de la soledad de Robert no quedan muy claros al comienzo del metraje, para el espectador. Sí despierta la atención, que un señor tan mayor trabaje en un supermercado y tenga tan buena relación con el Ceo de la empresa, al que casi considera un hijo. Pero ¿por qué nó?. La cuestión es que muchos de los interrogantes, no todos, que el público puede preguntarse serán respondidos en su momento por este relato que refiere a la ancianidad, a la despedida de la vida y a los instantes en que se percibe que algo está por terminarse definitivamente. "El amor de Robert" si bien es un drama romántico, en su interior, y a su manera, quizás de un modo demasiado idílico y hasta pretendidamente poético, pone de manifiesto algo mucho más profundo, el problema de la pérdida de la memoria y los síntomas del mal de Alzheimer, que afectan en su mayoría a las personas muy mayores. Con esta problemática de por medio el director Nicholas Fackler, que tenía veinticuatro años cuando rodó el filme, va construyendo una historia que apela a la familia, a la Navidad como una forma de unidad entre las personas y a que el amor cuando es verdadero nunca muere. Claro que quizás en su construcción la película por momentos se muestre demasiado irreal, e ingenua en su forma de exhibir esa Navidad de tarjeta postal, con calles y árboles con nieve y casas de dos plantas iluminadas, como de tarjetas de Fin de Año. También es posible que muchos de los que la vean encuentren que su narración peque hasta de un cierto didactismo cinematográfico, no obstante es una historia que conmueve gracias a sus dos extraordinarios intérpretes. Ellos son Ellen Burstyn y Martín Landau, el inolvidable personaje de Bela Lugosi, del filme "Ed Wood", de Tim Burton.
Nunca es tarde para amar Hace algunos años, dos exactamente, se estrenaba en la Argentina una pequeña maravilla del séptimo arte, “Nunca es tarde para amar” (2009), escrita y dirigida por el realizador alemán Andreas Dresen, que nos enfrentaba a la historia de amor de dos personas mayores, ella de algo más de sesenta años, y él de setenta y seis. Producción que tomaba sus riesgos estéticos, narrativos, y hasta ideológicos, donde una mujer casada se enamora, porque así sucede, de otro hombre, quiere a su marido, pero éste otro la excita, hasta la rejuvenece. El sólo hecho que sean filmes que aborden el tema del amor en la tercera edad les otorga un plus a favor, el beneficio de abordar temas pocas veces tratado por la cinematografía. Muchos otros filmes lo intentaron, mejores y peores, buenos y malos, como por ejemplo la inescrutable “Tu Ultima Oportunidad” (2009), o la casi impresentable “Cartas para Julieta”, cuyo únicos logros eran las locaciones, los paisajes y la idea disparadora, después nada. Ahora nos enfrentamos a un filme que si bien no llega a la altura de la alemana, se aleja bastante, por suerte, de la mediocridad general. Ese alejamiento esta dado, en principio, por la modesta pretenciosidad de la producción, por el juego intimista que plantea, por instalarse en una historia de personajes, por utilizar los pocos recursos económicos de manera tan efectiva que ello no se note. La dirección de arte, principalmente la fotografía, el diseño de sonido, incluyendo la música, la utilización de los colores para denotar no sólo los espacios, sino asimismo los estados de animo, todos sostenidos por un buen guión. Solo la última vuelta de tuerca del relato va en desmedro de la totalidad, y el problema es que el realizador nos regatea la información sobre los personajes, no es que no este en su derecho de hacerlo, peor usar esto en pos de sorprender al espectador y tratarlo con un “¡mira como te engañe!, pero que en realidad es “¡mira como te mentí!”, termina siendo molesto. Robert (Martín Landau) es un octogenario ermitaño, casi misántropo, soltero, su vida se reduce a su trabajo en el que sigue todavía. De casa al trabajo y del trabajo a casa. Una tarde, cuando regresa, encuentra en su cocina a Mary (Ellen Burstyn), la vecina de enfrente que acaba de mudarse, quien justifica su presencia por haber encontrado la puerta abierta y delante de la casa el coche de Robert averiado. A partir de allí la vida de ambos cambiara como si fuese una nueva oportunidad para ambos, la de volver a enamorarse. Es muy buena la elección de los exteriores, donde la nieve hace muy blanca la imagen, hasta por momentos metafóricamente muy pura, en el orden de la ingenuidad de él sobre un mundo que no conoce, la de estar enamorado, y el retorno del deseo de amar por parte de ella. Cada paso que dan va en esa dirección, despacio como si tuviesen todo el tiempo del mundo, asegurándose de transitar, en la medida de lo posible, por terreno sólido, pues una caída afectiva a esa edad no es aconsejable. Se involucran los familiares, los amigos de ella, otros vecinos, el joven jefe de su trabajo, pero nada es lo que parece y nos cachetean con el tiro del final, no hay tragedia, es la vida tal y como se nos puede presentar, y eso también se agradece. Pero lo más notable, lo que verdaderamente termina sorprendiendo, lo que atrapa al espectador, son las grandes performances actorales, desde la siempre bella Elizabeth Banks, como la hija de Mary, hasta el trabajo impecable de los dos ganadores del Oscar, en sus largas carreras artísticas, como la pareja protagónica. (*) Realización de Andreas Dreser, de 2009.
Con respecto al giro que toma el relato en su tramo final, creo que cada espectador va a reaccionar de manera diferente: algunos van a aplaudir lo ingenioso del cambio, y aquellos más enganchados con esta bella historia de amor es posible que...
El filme es una clásica película hollywodense de amor, con efectos especiales para las emociones. Es una tierna historia entre Robert Malone (Martin Landau), quien interpreta a un viejo solitario y Ellen Burstyn (Mary), su nueva vecina, que irrumpe en su vida de forma casi explosiva, con copos de nieve y pétalos de rosas incluidas. La versión rosa de la soledad y el encuentro pasa con un vuelo rasante por los conflictos familiares que suelen traer estas historias. En algún momento la trama vira hacia otra dejando al espectador en off side con las emociones que hasta el momento venía transitando. La música de la película está condimentada por los villancicos navideños norteamericanos, puesto que el encuentro sucede en vísperas de Navidad. Se puede rescatar como esperanzadora la historia de amor que hacen posible dos personas de la tercera edad y cómo aún apuestan y se permiten ese sentimiento. También se destaca la actuación de Landau.
Todavía quedan películas hechas al servicio de grandes actores. Martin Landau tuvo su debut en 1959, en “Intriga internacional”, a las órdenes de Alfred Hitchcock, y desde entonces no ha dado una sola nota en falso. Woody Allen le dio la oportunidad de alzarse con un merecido Oscar por “Crímenes y pecados”, y ahora, ya anciano, vuelve a sorprendernos con la posibilidad de reencontrar el amor cuando llega el invierno. Robert Malone está en edad de quedarse tranquilo en la paz del hogar, pero sigue trabajando en una tienda y una tarde helada, cuando vuelve a casa, se topa con una vecina y siente que le mueven la estantería. Ella tampoco es una criatura y los dos arrastran experiencias de todo tipo, pero el amor no tiene edad y una química inmediata los junta y amenaza con cambiarles el libreto. Emociona con los recursos más nobles. Ellen Burstyn, espléndida.