El bueno, el malo y Alice Braga
El Ardor (2014) recuerda a aquellos westerns selváticos como Prisioneros de la tierra (1939) y Las aguas bajan turbias (1952), pero no retiene nada de su crítica social o desglose naturalista. Las películas de Mario Soffici y Hugo del Carril resultan más modernas y relevantes que la contrapartida de Pablo Fendrik, un ejercicio que a falta de ambición se siente aún más conservador y melodramático que sus precursores.
Gael García Bernal es el protagonista (y productor) de la película. Los créditos finales lo bautizan “Kaí”. Su rol es hacer de “El Hombre sin Nombre”, sin el beneficio de la personalidad de Clint Eastwood o en su defecto cualquier personalidad distinguible, excepto la del Indio. Se abre camino a lo largo de la selva misionera y da con un rancho mantenido por un anciano, su mano derecha y su hija (Alice Braga). Le ofrecen refugio y alimento.
De noche llegan los malos, liderados por Claudio Tolcachir. Quieren que el anciano les ceda el título de propiedad del rancho. Firma, pero lo matan igual y raptan a la hija. Nuestro héroe sobrevive a escondidas y prosigue a vengar la muerte de la persona que acaba de conocer, paso a paso rescatando a la damisela, recuperando el título de propiedad y enfrentando a los malos en un duelo final.
Todo esto se narra con una competencia artística y fotográfica impecable. La térrea Alice Braga sugiere fragilidad y fortitud al mismo tiempo. Bernal y Tolcachir están más limitados por el maniqueísmo de sus personajes. Una secuencia en la que Bernal utiliza su entorno selvático para dejar fuera de combate a sus perseguidores con el cuidado de no liquidar a ninguno recuerda a la primera película de Rambo (First Blood, 1982). Pero incluso Rambo – un veterano de guerra deprimido por su pasado y resentido con la sociedad – posee un perfil psicológico más interesante que Kaí.
¿Es Kaí una fuerza de la naturaleza? El texto del prólogo nos informa que los nativos de la Selva del Paraná suelen rezar precisamente a las fuerzas de la naturaleza para que les auxilie en tiempos de necesidad. Y hay un jaguar que posa portentosamente a lo largo del film, pero nada excepto el más superficial simbolismo indica que está socorriéndolo. El jaguar en realidad es un “arenque rojo”, como se le llama a las pistas falsas, para darle a la película una profundidad que en realidad no tiene.
Roger Ebert una vez habló de “esas películas que te dicen qué es lo que van a hacer, lo hacen, y te dicen lo que hicieron” – frase que describe perfectamente la unidad dramática de El Ardor. No hay sitio para el suspenso, la ambigüedad o la sorpresa. Es un western ambientado en la (bella) selva misionera con dos escenas de combate y una rauda escenita de sexo apto para menores, y con eso le basta.