Ya no es ninguna novedad hablar del enorme crecimiento que ha tenido el cine de género en nuestro país en los últimos años. En ese aspecto, un director como Pablo Fendrick proviene de dos policiales – El Asaltante y La Sangre Brota –, independientes, chicos, pero con un nerviosismo que pocas veces se ha visto en nuestro cine, por lo menos reciente.
En medio de un auge por el redescubrimiento del género, Fendrick pega el salto a una producción mucho más importante e impactante que sus dos film anteriores, y lo fundamental es que pese a cambiar de registro, no traiciona su estilo.
Este año el cine argentino parece dispuesto a descubrir lo más instintivo de sius personajes, desde las caóticas seis historias de "Relatos Salvajes", el escape del matrimonio de" En Busca de la Felicidad", la pareja que estalla en "Aire Libre", o en las por venir "Necrofobia" y "Arrebato"; todos son circunstancias de algún u otro modo llevadas al límite; y "El Ardor", le suma a ese ingrediente al que no escapa, el salvajismo natural de su ambiente.
Defender la tierra, eso es lo que tendrán que hacer un padre y su hija, que viven aislados en una plantación de tabaco en medio de la Selva Misionera. Defenderla del ataque de un grupo de bandidos dispuestos a la peor de las masacres con tal de quedarse con el territorio luego de hacerle firmar al hombre una venta de propiedad y ajusticiarlo.
Pero Vania (Alice Braga) no está sola, desde días atrás los acompaña Kaí (Gael García Chamán), un chamán, un forastero, que despertará su salvajismo para proteger el lugar y a los suyos. Fendrick construye un relato ascético, de pocos diálogos y muchos silencios, algo emparentado en ese sentido a las recientes A la deriva y Marea Baja, pero toda la lentitud que suma ese paso parsimonio, se contrapone en buena hora a una potencia visual y técnica impactante, que refuerza los aspectos más positivos del film, logrando una narración contundente.
Hay ahí referencias a "La Cautiva", a Westerns clásicos (en definitiva de eso se trata, de un western selvático), a films como "Holocausto Canibal" y "Last House on the Left", y cierto aire de erotismo latente de muchos films latinos de comienzo de los ’70.
Fendrick utiliza todos los recursos a mano para crear un clima subyugante y atrapante, un banda sonora que suma tensión, una fotografía que resalta tonos sucios en contrates brillosos, y construcciones de escenas que rozan lo épico.
El elenco también será otro factor fundamental, García Bernal se compenetra con ese ser osco, de pocas palabras y mucho actuar; Claudio Tolcachir compone un villano de lujo, Tarqinho es un ser a odiar; y Alice Braga sale airosa de un papel que quizás necesitaba de una mujer con más calle en la sexualidad latente como lo sería su propia madre Sonia Braga. El Ardor es un film violento, tenso, que pretende disimular sus situaciones, pone lo que hay que poner al asador y no ahorra el buen golpe de efecto, todo esto aúna un conjunto sin fisuras.
Hay sí, ciertos baches en lo narrativo, le cuesta arrancar si bien está en clima desde el minuto cero y sobre la mitad vuelve a decaer otro tanto, pero cuando regresa, cuando retoma las fuertes riendas del western más descarnado, toda aquella imperfección queda atrás y los ojos se llenan del mejor cine, aquel capaz de sostener un relato con vértigo, potencia visual, y contenido real. El Ardor es de esas joyitas de género que no conviene dejar escapar.