Western criterioso y contradictorio
Dirigida por el argentino Pablo Fendrik, cuyos antecedentes son dos películas urbanas como El asaltante y La sangre brota, El ardor es una rareza que ofrece una historia rural ubicada en la selva del Paraná protagonizada por un mexicano (Gael García Bernal), una brasileña (Alice Braga) y varios actores argentinos.
En la película hay unos malos torvos y pérfidos que buscan desplazar a pequeños propietarios rurales, un tema habitual en numerosos westerns. Y del western se nutre en buena medida el film: el rapto de la mujer, el duelo, el asalto final en grupo, el héroe solitario que parece venir de la nada y la relación con el paisaje de los personajes y de los propios planos. También hay elementos de orden fantástico que se prometen antes de los títulos con unos textos y que luego apenas aparecen tímidamente en un par de ocasiones, como si esa línea hubiera sido mayormente truncada luego de la concepción inicial del relato.
El ardor también es una película de aventuras (muchos westerns también lo son): el ambiente, los movimientos del personaje principal en las peleas, la presencia de la fauna salvaje. Y en ese sentido se logran algunos momentos de buena tensión como en la llegada de los malos que desencadena el drama y en alguna situación de enorme potencial como la disposición del enfrentamiento final. Y, a la vez que logra esas tensiones y hasta se podría decir esos encantos -por imagen y trabajo sonoro, El ardor amerita una buena proyección- la película se empantana, se detiene por momentos, lo que a veces va más allá de un problema de lentitud para convertirse en otra clase de falla: ¿para qué quedarse con Sesán y sus machetazos al principio, si incluso en segundo plano se notan poco convincentes? Y, película contradictoria, en otros momentos se acelera inexplicablemente, como en la secuencia de García Bernal en el bote, que se estructura de forma torpe, con una narrativa espástica y poco causal.
Y hay algo más extraño todavía, que se intentará analizar sin mayores especificaciones para no revelar detalles argumentales: la secuencia final, que debería marcar el clímax de peligro y tensión, parece apostar mucho más y con mayor precisión a su planteo que a su desarrollo y resolución. Luego de disponer el ambiente y las motivaciones de los personajes con notoria claridad, se pasa a una resolución demasiado escueta y, peor aún, una en la que los malos se encuentran prontamente en inferioridad de condiciones -incluso en parte por una decisión extraña-, lo que no permite un final a la altura de las filiaciones genéricas que la película había convocado en varios pasajes de manera criteriosa y hasta honorable. Que en los créditos del final se haga mención al problema de los campesinos desplazados en la realidad y se ponga un link para involucrarse agrega otro componente extraño y anticlimático.