Pablo Fendrik llamó la atención hace un par de años con un notable film llamado El Asaltante y otro, más celebrado que bueno, llamado La sangre brota. Se notaba en ambos un nervio narrativo y una pericia fílmica importantes. El ardor es, en sí, un western con todos los elementos del género, y vuelve a mostrar la tensión de la que es capaz el realizador. Que, en ocasiones, se pasa de crispación: es en esos momentos donde la película casi se diluye.