El Ardor es un extraño caso para la filmografía local, que por momentos parece "inspirado" por el western y por otros lo confirma haciendo que "la inspiración" de un paso al costado y dando lugar a la definición pura y clásica del género, tras imitar sin demasiada sutileza no sólo formas (desde planos y composiciones) sino también música y montaje. Si a eso le agregamos un prólogo que adivina un toque "fantástico" para el relato, no resulta errado afirmar que estamos ante una película extraña, por momentos indecisa y con pasajes un tanto confusos.
La historia de El Ardor comienza con una vasta cantidad de terrenos en llamas, ardiendo al compás de una música que presagia tragedia: alguien provocó el fuego y ese alguien, demás está decir, no se presentará en pantalla con intenciones amistosas. Esta es una historia de víctimas y victimarios, peleando por puntos de intereses opuestos, unos más valiosos que los otros. De un lado están los bandidos de escopeta en mano que buscan erradicar a los habitantes de unos valiosos terrenos por, suponemos, cuestiones de negocios, y del otro se defienden los habitantes de esas tierras, apenas un reducido número de trabajadores sin intenciones de dejar atrás lo que les pertenece. A esta ecuación se suma, envuelto en un halo de misterio, Gael García Bernal quien sabemos entrará en acción para defender a los buenos, aunque no comprendemos bien porqué ni cómo.
Por momentos Rambo, por momentos Perros de Paja y espaciadamente también western clásico (con enfrentamiento final incluido, que hasta retumba en un sonido de campana antes del duelo, que vaya uno a saber de dónde proviene), El Ardor es una obra atípica, no sólo para el cine nacional sino para la cinematografía en general. Da la sensación de que, a medida que avanza la historia, el director se va arrepintiendo de abrir algunas líneas argumentales y las abandona para comenzar otras.
El tono errático de la película culmina en unos créditos que buscan conscientizar acerca de la problemática social que aborda la película, que por más que nobles se sienten raros, puesto que lo último acontecido en el ajetreado tercer acto tuvo más que ver con el western y el realismo mágico que con la triste realidad. Mostrarle al espectador la lucha por las tierras a través de seres mágicos que parecen salidos del lejano Oeste, es una idea tan extraña como lo sería intentar conscientizar acerca de los problemas de la radiación a través de Godzilla.
La película de Pablo Fendrik aborda una problemática social recurrente en diversos puntos del País (en este caso, concentra su mirada en una historia ambientada en Paraná), y lo hace con un ritmo irregular, cambiante y algo confuso, que sin embargo posee como gran virtud un aspecto visual sólido que resulta decisivo en las excelentes escenas de acción. Esto es finalmente lo que rescata a la película del olvido y eleva por encima de la media del cine nacional. No es poca cosa, aunque queda flotando en el aire una sensación de oportunidad desaprovechada para una película que, aún partiendo de una trama sencilla, tenía potencial para un mejor resultado.