Ubicada en el corazón de la selva brasilera, El ardor es una historia que narra la realización de la pasión que liga no sólo a una pareja de amantes sino también al dueño y a su tierra natal. En referencia al actual estado de situación que sufren los desarraigados pueblos originarios argentinos, el filme busca recrear un ambiente cercano al realismo mágico cuando representa la lucha de quienes defienden su propiedad, pero también cuando decide ubicar en el rol protagónico a un joven chaman que domina a las bestias.
Dirigida por Pablo Fendrik (La sangre brota), El ardor se presenta como una película de género. Con sonidos, encuadres, planos y personajes que remiten al clásico western, el filme cumple con una amplia mayoría de características que la ubican bajo este rótulo. Pero como la historia no sucede en el lejano oeste y los caballos no viven en las selvas, acá el género se toma algunas licencias y aparecen elementos, como por ejemplo el místico tigre que devora humanos como símbolo del mal que acecha.
Lo que no falta son los enfrentamientos cuerpo a cuerpo y la tradicional historia romántica que protagonizan Gael García Bernal y Alice Braga, quienes más allá de sus bellos cuerpos ofrecen al filme un condimento especial que se revela en lo que se podría comprender como una línea argumentativa secundaria, si se toma como primera aquella en la cual se narra el drama de la lucha por la posesión de la tierra. La mítica escena del duelo también tiene su momento y como guiño simpático se escuchan las campanadas que marcan la hora señalada sumado al clásico plano general en el que se ubican enfrentados los oponentes a cada extremo del encuadre.
El ardor es una película de ambientes y el efecto alcanza su mayor grado cuando la humedad de la selva comienza a traspasar la pantalla. Las injusticias existen, y más del lado del desposeído que del usurpador, el espectador logra identificarse con la causa y trasladar en el protagonista cierta sed de venganza.
Con un guión sólido y las actuaciones de actores como Claudio Tolcachir, el filme logra un gran efecto mimético el cual es fácil identificar en momentos cuando por ejemplo cuando los usurpadores irrumpen de noche en la propiedad privada de la familia protagonista con el fin exclusivo de amenazar y lograr su cometido: la posesión ilegal del territorio. También se pueden destacar escenas muy logradas a nivel realización como lo es toda la secuencia final en donde, inclusive, el despliegue técnico y escenográfico alcanzan el clímax.
De temática social comprometida pero sin llegar al golpe bajo, El ardor encuentra un giro atrapante que logra capitalizar la intriga del filme más allá de la recuperación de la tierra. ¿Quién será ese hombre misterioso que emergió de los ríos y domina a las bestias de la selva? ¿Podrá la magia del chamán revertir la masacre?
Por Paula Caffaro
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