Desde la primera escena de “El Ardor”(Argentina/Brasil, 2014), previa a los títulos, uno se introduce en un universo particular, que remite a lo más inherente al ser humano, su capacidad de protegerse para sobrevivir. No importa si uno está de un lado o del otro de los acontecimientos que Pablo Fendrik imagina. Si se es bueno o se es malo.
Porque en el fondo lo que va a primar a la hora de la verdad es poder seguir en pie luego de la lucha. La ley del más fuerte. La vieja idea de civilización o barbarie puesta en escena una vez más, pero en esta oportunidad desplegando todo su poderío en medio de la enigmática y amenazante selva misionera, tan misteriosa como los seres que la habitan.
Con pocos diálogos, pero con actuaciones sobresalientes de sus protagonistas, que desde la naturalidad y mínimos recursos, logran generar una empatía inmediata, el realizador va armando un entramado de relaciones que forjarán una identidad propia al relato.
“El Ardor” es una historia en la que un padre (Chico Díaz) y su hija Vania (Alice Braga) intentan resistir a los embates de un grupo de hermanos expropiadores de tierras (Claudio Tolcachir, Julian Tello, Jorge Sesán) que querrán a toda costa quedarse con la propiedad.
Pero el padre y la hija no estarán solos, a ellos se sumará Kai (Gael García Bernal) un misterioso sujeto, que se maneja como un integrante más de la selva, y que los ayudará a proteger su propiedad. Luego que Tarquinho (Tolcachir) decida asesinar al padre de Vania (Braga), Kai (García Bernal) se preocupará por ella al punto de no sólo protegerla, sino también entregarse a un deseo e irrefrenable pasión que excede la tensa situación que atraviesan.
Con la amenaza latente del regreso de los asesinos, y de un depredador natural que ronda la hacienda (tigre), el plan de venganza ideado por Kai y Vania, determinará un relato que virará hacia una persecución violenta en medio de la selva. Fendrik arma la propuesta con cuerpos que se van transformando a lo largo de la acción y que distinguen los bandos enfrentados por la capacidad de adaptación o no al ambiente que los circunda.
En la naturaleza ya no importa si son mal los malos que los buenos, porque en el solo hecho de resistir “El Ardor” encuentra su razón de ser, un vehículo para el lucimiento de sus protagonistas y un homenaje a clásicos del género del western, suspenso y acción.
Justamente, en la reinterpretación del western más árido, con una secuencia de duelo que potencia la rivalidad presentada a lo largo de todo el filme, se potencia una impronta ecológica de denuncia y alarma. El hombre avanza sobre el otro y sobre la naturaleza y a su paso arrasa con todo, hasta el punto de intentar con el fuego superar su incapacidad para poder controlar todo lo que desea y en el tiempo que espera.
“El Ardor” habla de instintos y pulsiones, de irrefrenables pasiones que dominan a los sujetos y los sumergen en realidades que ni siquiera habían podido detenerse a pensar y procesar. Fendrik construye una lograda película que en el cuidado nivel de producción, locaciones naturales, buenas actuaciones y una banda sonora que acompaña sutilmente la acción, demostrando que el buen cine sigue vigente con ideas y propuestas sugestivas y efectivas.