El arte de amar
¿Qué lleva a un director con los antecedentes encomiásticos que Wong Kar Way posee por merito propio, incluyendo un pequeño traspié en su prodigiosa carrera, a realizar un filme sobre artes marciales?
Esta pregunta ronda en mi cabeza desde el primer fotograma, y a medida que avanza el relato más claro se hace que el sub-genero de las artes marciales le funciona, a la perfección como una genial excusa. Esto pensado, elaborado, interpretado y entendido luego de la última imagen del film.
La respuesta más clara que se me cruzo inmediatamente, y a posteriori de ver la película, es que nunca dejo de ser cine de autor, él esta desde sus obsesiones puesto en juego, se lo podría resumir citando su opus “Con ánimo de amar” (2000) y lo que se pudo leer como la continuación “2046, Los secretos del amor” (2004), ya que los personajes son los mismos en ambas.
En términos de definiciones se podría abreviar diciendo que el director hongkonés no enfrenta a la frase “nadie te va amar como quieres que te amen”, casi parafraseando la tan mentada “nadie te va amar como yo” dicho mil veces, nunca pudiéndose aplicar en el orden de la certeza.
Lo que continúa como estructura y producción es una pequeña joya de estilismo, aplicando todos los recursos cinematográficos que conoce, maneja y los muestra a su alcance, empezando con la historia propiamente dicha, basada en un personaje de existencia real, Ip Man (Tony Leung).
El andamiaje que sustenta la historia son principalmente el diseño de montaje, haciendo, eso si, casi abuso del ralenti y conjuntamente el montaje sonoro, (toda una clase magistral de cómo debe hacerse) en específico y sobresaliendo en las escenas coreografiadas de peleas, casi ballet, sumándole las elecciones de la posición de cámara, que nunca aparece como simple testigo, de la que depende el poder apreciar la extraordinaria puesta en escena, con la impecable dirección de arte, de la que se destaca la fotografía.
Pareciera ser como es su costumbre que todo esta diagramado, pensado, sin dejar nada librado al azar, es verdad, todo es ficción, eso también lo deja bien claro, al mismo tiempo que demuestra ser uno de los pocos directores poseedores de virtuosismo visual en el cine actual.
Lo que realmente se agradece es que no sea esteticismo hueco, vacuo, tal cual lo fue “El Tigre y el Dragón” (2000), dirigido por Ang Lee, a diferencia del director taiwanés, en “El Gran Maestro”, titulo original de la producción que nos convoca, no hay personas que vuelan, saltos ornamentales, ni imágenes “bellas” gratuitamente, aquí todo esta puesto con una única finalidad, la progresión dramática.
El relato comienza en China, transcurre el año 1936, el Gran maestro Baosen, es el jefe supremo de la Orden de las Artes Marciales Chinas, ya de edad avanzada busca su sucesor, no lo puede ver en su hija, cuestiones culturales casi del orden de lo prohibitivo, o de la misoginia si se quiere.
Durante la ceremonia de despedida, a la que asiste su hija Gong Er (Zhang Ziyi), maestra del estilo Ba Gua y única en conocer la figura mortal de las 64 manos, al igual que los posibles sucesores, entre los que se encuentra nuestro héroe, Ip Man, maestro legendario de Wing Chun, quien luego sería el maestro de artes marciales del malogrado Bruce Lee.
En un mismo acto nos presenta la trama principal y la subtrama, pero no en orden de calificación de las mismas, ni siquiera en importancia, esto es casi el solitario ítem que le deja al libre albedrío del espectador, por un lado el enfrentamiento con sus contrincantes, todos del sur, por el puesto de poder de Baosen, por otro, la historia de amor que se asoma entre Ip man y Gong Er.
Posteriormente, el Gran maestro Baosen es ultimado por uno de sus discípulos que se siente traicionado al no ser elegido.
A todo esto, la historia ya conocida, entre 1937 y 1945 se produce la ocupación japonesa que hunde a la nación en el desconcierto.
Segmentaciones e intrigas aparecen en todas las escuelas de artes marciales, forzando a Ip Man y Gong Er a tomar medidas en procura de su propia supervivencia y que terminaran por modificar sus proyectos, sus vidas para eternamente.
Todo esto, como queda dicho, en una hechura que es placer audiovisual por excelencia.