Golpes de seda
En el marco de un inusitado interés por Ip Man (ésta es la tercera biopic en el transcurso de cinco años), Wong Kar-Wai finalmente entregó su visión, de ningún modo definitiva, sobre el legendario maestro de kung fu. Con fotografía de Philippe Le Sourd y coreografía del experto en artes marciales Yuen Wo-Ping (Matrix, Kill Bill), el gran realizador chino consiguió plasmar una historia esencialmente de acción, sin concesiones de su refinado estilo.
El Ip Man que compone Tony Leung (actor fetiche de Wong) es despojado y de bajo perfil; tiene un sombrero que casi lo oculta, como el Man with no name de Sergio Leone. No hay casi mención a su rol en la difusión del wing chun; mucho menos alusiones a su alumno más famoso, Bruce Lee. La historia se centra en su vínculo con el gran sifu Gong Baosen (de quien recibe el reconocimiento, pero no la letal “técnica de 64 manos”), sus penurias durante la guerra con Japón y su relación con Gong Er (Zhang Ziyi), hija del gran sifu. En esta última, Wong muestra una relación competitiva, imposible de concretarse. Con una estética de claroscuros y tonos sepia, casi hard boiled, el autor de Chunking Express le hace decir a Ip Man “mi estilo no es romper huesos”, como distanciándose de sus contemporáneos japoneses, Miike y Kitano. Sí hay marcas de clásicos como Shindo, Oshima y Kobayashi, manifiestas en la marcha de Gong Er y su ejército sobre un campo nevado. Pero si las influencias se absorben sin dejar sutura, la narración, con su extendido metraje, aclaraciones históricas en off y permanentes cambios de locación, es trabada y confusa. Demasiado artística para biopic, liviana para el cine de artes marciales, y hermética para el público general, El arte de la guerra es una de las películas más personales de este inigualable realizador.