Como esas estelas hipnóticas de sangre blanca
El cine es un arte sensorial, estimulante, capaz de provocar efectos imprevistos, poéticos, abstractos. El cine de Wong Kar-wai conoce mucho de estos aspectos. Si se trata de pensar rápidamente cuáles de sus películas han dejado un recuerdo encantado con toda probabilidad aparecerán Happy Together y Con ánimo de amar.
Con mayor y menor fortuna, su obra ha transitado un mismo sendero de búsqueda estética, de placer visual, de maneras formales ya características: planos bellos de por sí, con un trabajo de luz que destaca detalles, con variaciones de velocidad en los movimientos y el consecuente falso raccord; en suma, un montaje rítmico donde, podría pensarse -y quizás sea éste el caso de 2046, su continuación de Con ánimo de amar- la belleza visual corre el riesgo de situarse por encima de lo que se narra.
Por eso mismo, lo extraordinario del realizador hongkonés ocurre cuando, mientras poetiza y abstrae, cuenta una historia. Y lo que se cuenta en El arte de la guerra es la historia de vida de Ip Man, de quien sobresale como comentario anecdótico -que habla por sí mismo- haber sido el primer maestro de kung fu de Bruce Lee. El film se sitúa en el período previo, en donde Ip Man aparece como síntesis de su contexto, con la Segunda Guerra como telón de fondo bestial. Pero lo que de veras importa, aquello sobre lo que la película dice, como en tanto cine de Wong Kar-wai, es acerca de la relación no consumada, melodramática, de una pareja.
Entre Ip Man (Tony Leung) y Gong (Ziyi Zhang) se construye el lugar que el film es: miradas, deslices, decires, que se reprimen desde los lugares sociales que se ocupan o desde la disciplina marcial asumida. Cuando el kung fu los convoque por vez primera, la pelea será una danza de seducción, una sucesión de caricias disfrazadas de golpes, un beso que no es más que su imposibilidad. Pelea que es el nudo del film, y que explica la necesidad de las demás escenas de lucha, previas y posteriores, que la película propone. Cada una, una experiencia a disfrutar.
En este sentido, podría situarse a El arte de la guerra en un lugar a ocupar junto a otros films como El tigre y el dragón (Ang Lee) o la trilogía de Zhang Yimou, pero con la diferencia distintiva que significa la poética del realizador. Las artes marciales son parte del espectáculo que la película de Wong Kar-wai propone, pero también, y sobre todo, expresiones sentimentales, plenas de odio, amor y venganza.
Una de las mejores será el prólogo que supone el enfrentamiento prometido entre Gong y el traidor a su familia: en el andén de la estación ferroviaria, entre la nieve apilada y su caer, con una espada que traza heridas en los abrigos abultados, para que las estelas del algodón interno dibujen bellísimas líneas de sangre blanca. Algo parecido a la hipnosis sucede mientras la acción transcurre. Para salir del letargo, la película debe terminar. Lo que culmina por demostrar que Ip Man es lo que se vio: una confusión histórica y mítica, el mejor de los héroes de una película de artes marciales, y apenas otro de los personajes sentimentales en la filmografía de este notable cineasta.