La meseta de Wong Kar Wai
Hay realizadores a los cuales en algún momento se los come su propia personalidad, se los devora el personaje que ellos mismos supieron crear. Empiezan a repetirse, a regodearse en sus capacidades, hasta convertir sus virtudes en defectos. Encuentran de esa forma su techo: quizás siguen siendo interesantes, pero a la vez no pueden ofrecer algo nuevo, incluso cuando abordan géneros o temas que supuestamente no son los habituales en su cine. Les ha pasado, en mayor o menor medida, a cineastas como Terrence Malick, M. Night Shyamalan, Jean-Luc Godard o Michael Haneke.
Uno, crítico, suele manifestar su cansancio con estos egos que en cierto momento se disparan hasta las nubes, y señala que la autoestima y hasta la megalomanía pueden ser necesarias para impulsar una filmografía y cimentar el punto de vista de un director, aunque es clave hacerse cargo de las responsabilidades propias. Nosotros, los críticos, contribuimos, y mucho, a inflar a ciertos directores, celebrándolos y defendiéndolos a capa y espada no sólo cuando se lo merecen, sino incluso cuando no es pertinente, casi porque sí, o porque también ponemos cierta pulsión egomaníaca en nuestros textos. Y luego atacamos salvajemente, sin transiciones, pasando del amor al odio sin mucha justificación.
En base a lo dicho anteriormente, no está mal decir que Wong Kar Wai es un enorme director, uno de los grandes nombres de todo el cine mundial de las últimas dos décadas y que ha sabido entregar películas maravillosas, como Felices juntos, Chunking Express y Con ánimo de amar, pero desde 2046 viene repitiéndose, girando sobre sí mismo, demasiado preocupado por resaltar cada aspecto de los movimientos de los cuerpos, por el peso espacio-temporal de cada plano y el preciosismo de la puesta en escena, cediendo a los peores vicios del cine qualité.
El arte de la guerra viene a confirmar esa caída en la filmografía del realizador, desperdiciando una gran chance de abordar el género de las artes marciales desde otra perspectiva, y encima con la historia de Ip Man (Tony Leung), quien fue el mentor de Bruce Lee. El film pretende ser mucho más que una acumulación de peleas, aunque al final termina siendo una acumulación de disputas políticas, familiares y culturales, con la China ocupada por Japón durante la Segunda Guerra Mundial como trasfondo. A Wong Kar Wai lo pueden sus obsesiones estéticas y lo que queda es un relato que es pura cáscara, sostenido sólo en el carisma de Leung y de Ziyi Zhang como Gong Er, con quien Ip Man establece una particular relación. Si Con ánimo de amar se alimentaba del Hong Kong de los sesenta, agregando significaciones y lecturas, a su nueva obra su contexto histórico la frena en vez de impulsarla.
Tampoco es cuestión de decretar la total decadencia de Wong Kar Wai o tacharlo de la lista de cineastas interesantes. Pero no deja de ser cierto que su perfeccionismo formal le está quitando espontaneidad, llevando a que su cine sea previsible y mecánico. Sigue siendo un autor con un estilo único y reconocible, lo cual no es poco. Despojarse un poco de la pose y volver a sus fuentes no le vendría mal para salir de la meseta creativa en que se encuentra.