Lizzie Borden pasó a la historia como "la asesina del hacha". Acusada a fines del siglo XIX de matar brutalmente a su padre y a su madrastra en la pequeña localidad de Fall River (Massachusetts), fue finalmente absuelta por la Justicia de su país, pero su caso se transformó en una morbosa cause célèbre que todavía hoy despierta controversias. Chlöe Sevigny venía persiguiendo la idea de protagonizar esta historia hace un buen tiempo (por lo menos desde 2015, cuando HBO lanzó la serie The Lizzie Borden Chronicles, con Christina Ricci en el papel principal). Y lo logró, al asumir la producción de este film que generó controversia en el Sundance Festival, y al elegir personalmente a su guionista. Ese marcado interés se tradujo en una actuación fenomenal, a la altura de lo que esta notable actriz suele rendir, pero potenciada esta vez por la evidente química que logró con Kristen Stewart, capaz de construir con ella una relación sutilmente erótica, sugestiva, llena de matices.
Entre todos los enfoques posibles de la macabra historia, Sevigny eligió la clave feminista: su papel es el de la víctima de un asfixiante patriarcado, lo que pone a la película en abierta sintonía con la actualidad. El eficaz trabajo de fotografía y el virtuoso diseño sonoro acentúan el clima de opresión y convierten a la lúgubre casa donde transcurre la acción en un (inquietante) personaje más del relato.