Este thriller psicológico basado en hechos reales pone en el centro de la escena a Lizzie Borden (Chloë Sevigny), una joven acusada de haber asesinado a su adinerado padre Andrew (Jamey Sheridan) y a su madrastra Abby (Fiona Shaw) con un hacha, suceso ocurrido en Massachusetts en 1892 que fue muy famoso en su época. Lizzie vivía con ellos y con su hermana Emma (Kim Dickens) en un clima de absoluta opresión y bajo reglas muy estrictas.
Seis meses antes de los crímenes llega a la casa una nueva criada, Bridget Sullivan (Kristen Stewart), gracias a la cual Lizzie encontrará un alma gemela con quien sentirse acompañada y desahogarse de todas sus penas. La relación, que al principio se limita a una amistad plagada de confesiones y secretos, se va tornando más profunda y se transforma en un vínculo íntimo donde ambas se refugian, en el caso de Lizzie, del abuso psicológico que sufre por parte de su padre y, en el de Bridget, del abuso físico al que la somete su patrón.
Lizzie se va encontrando cercada en todos los frentes: ante su rebeldía y el gran enfrentamiento que mantiene con su padre, es constantemente amenazada con ser internada en un psiquiátrico y, además, aparece su tío, un fracasado al que sólo lo mueve llegar a administrar la cuantiosa herencia de las hermanas, lo que tiene la anuencia de Andrew Borden. Esto hace que la joven denoste a su padre cada vez más y su furia creciente anuncie consecuencias trágicas.
El guion ofrece, en el tempo justo, una radiografía exhaustiva de todos los personajes, relatando minuciosamente los hechos que sucedieron en los seis meses previos a los asesinatos. El director se juega por una hipótesis respecto a los crímenes, que puede ser tanto tomada como dejada, sin ser esta cuestión lo más importante del filme. Por el contrario, la película acierta en mostrar cómo, paulatinamente, se va creando el clima propicio que determinará el sangriento suceso, en una especie de espiral violento que ya no tiene retorno. Otro hallazgo está en la construcción del vínculo entre Lizzie y Bridget, que parece totalmente verosímil y justificado en la trama, ya que se retratan esas dos almas que se necesitan y se entregan, sin medir consecuencias, la una a la otra.
En cuanto a las actuaciones, resulta notable Chloë Sevigny —productora de la película— encarnando a esa criatura sometida que no se deja avasallar y se rige por una autodeterminación temeraria, saliendo airosa de los numerosos primeros planos en los que aparece. Además, está bien acompañada por Kristen Stewart, quien se va afianzando en su carrera con papeles cada vez más arriesgados —entre ambos personajes surge una química que traspasa la pantalla. También es digno de destacarse el trabajo de Jamey Sheridan como un personaje execrable y autoritario.
Se trata, en definitiva, de un thriller psicológico con todas las letras, que cumple a rajatabla las características del género: una película que no se queda en la superficie sino que da pie —gracias a sus múltiples aristas— a leer entrelíneas acerca de la sociedad de fines del siglo XIX y el sometimiento que padecían las mujeres en dicha época. Una apuesta inteligente y atrapante con un guion bien desarrollado que delinea con precisión a los personajes.