El 4 de agosto de 1892 Lizzie Borden (presuntamente) asesinó a su padre y a su madrastra, para luego comparecer ante un juzgado como la principal sospechosa. Más de cien años y dos décadas después, su historia continúa siendo rescatada como un ejemplo de la opresión del hombre por sobre las mujeres. Opresión que, desde hace tiempo, se instaló ya en la sociedad con un término mucho más específico: patriarcado.
Puede que la historia sea oportunista, sí, pero eso no quita lo interesante del caso, que tiene como protagonistas a dos mujeres víctimas de un mismo hombre: padre, en el primero de los casos, patrón en el segundo, aunque la diferencia aquí es mínima). Así, Lizzie Borden, hija (Clöe Sevigny), se alía con Bridgitte, empleada doméstica (Kristen Stewart), para vencer a un enemigo común, aún cuando la metodología para llevar esto a cabo es motivo de disputa entre ambas. No se trata esto de un spoiler: el director Craig William Macneill presenta el asesinato ya desde la primer escena, dejando en claro que su intención es adentrarse en la cabeza de estas dos mujeres, y comprender qué las llevó al premeditado estallido de violencia.
Aunque por momentos redunda en la sobredescripción de las penurias de Lizzie, El Asesinato de la Familia Borden es una película prolija que, sin bajada de línea explícita (aunque sí evidente) atrapa desde el género thriller. Partiendo de un caso abierto (a Lizzie Borden no se la condenó por el crimen, irónicamente, por un prejuicio machista, y sólo se la presume culpable en una relectura de la historia), Macneill prefiere asumir que su interpretación es la válida y a cambio en lugar de un whodunit (suspenso que se concentra en el “¿quién lo hizo?”) por un whydunit (“¿por qué lo hizo?”).