Fall River, Massachusetts, 1892. Lizzie Borden, semianalfabeta, epiléptica y ya casi solterona, encuentra a su padre tirado en el sofá con la cabeza destrozada. Luego la criada y una vecina comprueban que la madre tampoco está muy presentable que digamos. Pero más tarde alguien ve a Lizzie quemando un vestido supuestamente tinto en sangre. Nace la sospecha. Hay arresto, juicio, y absolución por falta de pruebas. Aún así, Lizzie Borden queda para siempre en la memoria popular como “la asesina del hacha”.
Sobre este hecho los norteamericanos acumulan canciones infantiles, cuentos, piezas de teatro, películas, especiales de televisión, un musical y hasta visitas turísticas a la casa del crimen. Todavía discuten si la mujer era una ingrata o estaba loca. Y siempre hay quienes quieren reinterpretarlo todo. Así en esta versión producida por Liz Destro, Naomí Despres y Chloe Sevigny, con protagónico de esta última, Lizzie es una pobre joven dominada por el padre machista y degenerado y ninguneada por la madrastra y el hermano, hasta que llega bien elegante una criada irlandesa que le enseña a leer, le descubre el amor lésbico y se queda limpiando la ventana mientras la inocente criatura se desnuda para no ensuciar la ropa, y empieza a los hachazos como forma de enfrentar la sociedad patriarcal.
La propuesta es moderna, lo mismo que la música. Las actrices son lindas, la fotografía es preciosa, la ambientación es bastante paqueta y la dirección luce refinada. El ritmo es deliberadamente despacioso, se va tensando de a poco, luego vendrá el remate, aunque sin demasiada fuerza.