El Bar, un purgatorio posmoderno
Denise Pieniazek
Advertencia: Contiene “Spoiler”
Después de aproximadamente un año de espera desde su realización, se ha estrenado en nuestro país El Bar (2017), el último largometraje del director español Álex de la Iglesia. El creador de Perdita Durango (1997), Muertos de Risa (1999), La Comunidad (2000) y Crimen Ferpecto (2004) se caracteriza por tener estilemas claros, como por ejemplo la carga temática y estética desde el sistema de créditos.
Cuando estamos ante el cine de Álex de la Iglesia sabemos qué tono tendrán sus películas, debido a la ingeniosa fusión de géneros como la comedia negra, el crimen, el cine de terror o fantasía, la parodia, el esperpento o incluso cierto coqueteo con la menos conocida sproof movie. Sin embargo, lo que nunca sabemos a causa de lo original e inesperado de esta dupla -compuesta por él y por su habitual co-guionista Jorge Guerricaechevarría- es cómo terminan sus relatos.
El filme inicia con una ciudad cosmopolita, donde diversos personajes deambulan y allí ya tenemos una anticipación de lo que acontece luego, personas hablando mediante el teléfono celular ignoran su alrededor. En consecuencia, es ese mismo alrededor el que dispara la “maldición” de una indigente hacia uno de los personajes. A partir de allí, el protagonista es El Bar, un bar que podría ser en cualquier lugar del mundo posmoderno, pero aquí se encuentra en la ciudad de Madrid y no casualmente se llama “El Amparo”.
Como en la mayoría de los largometrajes del director, El Bar desencadena sus acontecimientos a partir de un misterioso asesinato de uno de los personajes que se encuentran en ese bar. A partir de allí, los extraños restantes se encierran en el bar y comienza, en términos Darwinianos la “supervivencia del más apto”. En esa cafetería convivirán diversas personalidades: la dueña del bar, el mozo, un joven publicitario (muy ligado a lo tecnológico y casi inseparable de sus auriculares), una hermosa y sofisticada mujer (que parece no encajar allí), una adicta a las máquinas de apuestas, un vagabundo, y dos “hombres de negocios”, entre otros. Todos ellos muy bien caracterizados desde la psicología de su personaje –incluso Mario Casas y Jaime Ordóñez casi irreconocibles- como así también es muy lograda la ambientación espacial.
Ante la desesperación y el temor se generan conflictos y bandos entre los personajes, que constantemente volverán a fragmentarse junto con el espacio. Dichos espacios según el director se corresponden con tres instancias necesarias para la purificación de la “especie”. Es decir, lo que suceda en ese bar es necesario para el autoconocimiento de la humanidad. Estas tres partes, que no solo funcionan a nivel espacial sino también a nivel estructural, son: el bar, su sótano y las alcantarillas. Una vez más estamos ante el ingenio desopilante de sus creadores. En el cine de Álex de la iglesia – al igual que en el género clásico del melodrama- los objetos condensan sentido, evidenciando que el espectador de cine trabaja por acumulación, entonces todo cobrará significado y hará avanzar la acción desde un maletín; un celular hasta una jeringa.
El Bar claramente posee una crítica a la sociedad posmoderna en la cual abunda el individualismo. En un mundo donde los pobres son ignorados (incluso aunque estén al lado), el uso de la tecnología es dependiente, y nos damos la espalda mutuamente aunque creamos que sólo estamos jugando a un tragamonedas. En un cosmos actual donde creemos que todo viene de afuera -el sistema, el gobierno, el terrorismo, la xenofobia, las epidemias y “pestes” o incluso el desamor- El Bar nos recuerda constantemente mediante su mirada hermenéutica de la sociedad actual que no sólo somos individuos sino también sujetos.
Quizás, salvando las distancias, el planteo de El Bar no esté lejos de lo anticipado en el texto Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, el cual hablaba del lugar preponderante de los medios de comunicación y sus pantallas, la construcción de un mundo virtual y la falta de vinculación entre las personas. En este largometraje sus personajes también se creen protegidos en ese bar, pensando que el peligro está afuera, y es ese mismo bar cuyo televisor reproduce noticias ficticias de los acontecimientos. Ambos relatos poseen una visión negativa, si Bradbury planteaba una mirada peyorativa del futuro, Alex de la Iglesia lo hace del presente (quizás ese futuro ya ha llegado). Sin embargo, ambos artistas colocan un manto de esperanza y redención sobre la humanidad.
En El Bar a través del autoconocimiento como purificación, ese espacio funciona como purgatorio y sobrevivirán de él los que puedan transformarse. En dicha película y en varios filmes del director, los significados son en realidad lo opuesto a lo que parecen en la superficie, puesto que aquí lo putrefacto será simbólicamente lo purificador. Incluso desde la simbología del color, el vestuario pasará del blanco al negro, el negro es la esencia del alma ya que el culpable no es otro, es uno mismo. Allí reside una de las ambigüedades del filme, el cual propone múltiples lecturas, pues tal como plantea su creador “una película es un problema de miradas”.