Miserables a los gritos
El Bar (2017), la nueva película de Alex de la Iglesia (El día de la bestia, Muertos de risa, La comunidad), exhibirá desde el comienzo y durante todo el film un ritmo determinado por la velocidad de acciones, personajes y parlamentos, reconocible y un tanto agotada marca de estilo del director español.
Un plano secuencia inaugural registrará alternativamente el acelerado devenir urbano de distintos personajes por una calle céntrica de Madrid: una joven mujer habla por celular acerca de la ropa que va a usar durante su próxima cita; un hombre asegura, también por teléfono, tener entre manos un negocio formidable; una señora sin dinero pide fiado en el mercado; un linyera grita enojado porque unos policías lo sacan de la calle donde duerme. Todos caminan presurosos, inmersos en sus propios asuntos, en medio de la vorágine metropolitana. El linyera, personaje más importante del film, no dejará en ningún momento de gritar. Su predisposición al grito será considerable y abrumadora.
Los personajes se encontrarán por gracia y azar en un bar en pleno funcionamiento cotidiano. Cotidianeidad que se verá interrumpida cuando uno de los clientes salga a la calle y un certero tiro de dudosa procedencia lo mate de forma instantánea. Otro cliente buscará socorrerlo y sufrirá la misma suerte. Ante la amenaza de nuevos caídos, todos los asistentes deberán permanecer encerrados en el bar junto a otros asiduos concurrentes: un policía retirado, un hípster publicista con aspiraciones, el camarero del bar y la dueña. Representes irrefutables del sentido común social.
Recluidos en el bar empezarán a elucubrar hipótesis descabelladas sobre lo que sucede afuera. Una idea absurda conllevará a otra todavía más espesa. Un supuesto virus los acecha o ya los ha infectado. Nadie viene a rescatarlos. Están solos. A partir de ese momento, alterados y confundidos, comenzarán a acusarse unos a otros, a desconfiar entre ellos, a destapar sus mezquindades, su egoísmo, las actitudes fascistas que esconden en secreto. El bar se transformará así en un pequeño infierno, donde nadie podrá estar a salvo de sus propias miserias. La histeria generalizada dará rienda suelta a una persecución alocada de miserables que gritan todo el tiempo.
La película del director de Crimen ferpecto presentará un despliegue inagotable de humor negro que no conseguirá transmitir su efecto, ni sorprender ni divertir –con la excepción de una notable escena en donde un hombre querrá pasar por un agujero demasiado pequeño-. Escenas demasiado extensas en su duración y recurrentes en su esforzado intento por subrayar el mensaje al que nos tiene acostumbrado el director español: evidenciar la miserabilidad que corroe el alma de hombres y mujeres solitarios –la basura humana- en plan de locura extrema, víctimas sufrientes de situaciones insólitas. Miseria expresada a los gritos. Cada personaje tendrá su momento de histeria. Instantes de angustia expresados, una y otra vez, a partir del mismo gesto ensordecedor.
El bar buscará asentarse sin eficacia en la disposición de un ritmo rabioso que terminará por agotar al espectador. Casi como una caricatura excitada y nerviosa de su propia filmografía, la nueva película de Alex de la Iglesia volverá a confirmar el ocaso creativo y narrativo que atraviesa uno de los directores más importantes del cine español. Después de todo, tal vez sea suficiente observar con atención el comportamiento del linyera, quien anunciará todo el tiempo, acaso como una advertencia despiadada y cruel, la llegada inevitable de un apocalipsis. Lo hará a los gritos, fuera de sí, hasta dejarnos sordos y no poder distinguir ya más nada de aquello que con tanto énfasis reclama.