El realizador de Acción mutante, El día de la bestia, Muertos de risa, La comunidad y Mi gran noche se repite hasta el cansancio en otra combinación de película de suspenso y humor negro en la que un grupo de personas queda atrapada en un bar cuando algo extraño sucede y los que intentan salir son asesinados. Mario Casas, Blanca Suárez, Carmen Machi y Alejandro Awada son los protagonistas de este agotador film de un cineasta que parece haberse quedado sin ideas hace ya bastante tiempo.
Es innegable que el tema de “El Mal”, así en mayúsculas, es central en el género del terror y del suspenso. Y lo es, también, en la carrera del español Alex de la Iglesia. Allí donde la tensión se pueda generar poniendo a una persona a hacerle cosas horribles a otra –y viceversa– es donde el realizador de La comunidad meterá la cabeza de lleno. Es esa negrura que traen, per se, la que causa los problemas que atraviesan. Si algo distinguía a una reciente película de cierto linaje similar como Invasión zombie era que, ante el ataque de las criaturas, uno ponía su “corazoncito” en la salvación de los sobrevivientes. Salvo uno, claro, que era más malo que la peste y uno deseaba verlo crujir.
Bueno, imaginen que en El bar todos los personajes –o casi todos– son como ese gordito empresario del film coreano. Imaginen, entonces, tratar que nos importe, por más mínimo que sea, cómo salen del problema en el que se han metido. Es imposible. Hay personajes que desaparecen, mueren, y jamás nos enteramos ni nos importa lo que les ha pasado. Y hay otros que seguirán viviendo para poder demostrar(nos) que ante cualquier situación medianamente de vida o muerte, los seres humanos sacaremos sin duda lo peor que tenemos adentro y haremos todo lo que esté a nuestro alcance para salvarnos y, a la vez, cagarle la vida a los demás. De eso, después de todo, parece tratarse el siglo XXI. Y ese, dirían algunos, es el profundo comentario social de esta película cuya única profundidad es la de las cloacas (otra metáfora, vea) en la que muchos personajes terminan…
Pero De la Iglesia no parece actuar como un crítico o denunciante de esa situación. Tanto la disfruta –a juzgar por la mayoría de sus películas– que da la impresión de que la comparte. La humanidad es insalvable y tanto los que están en “el bar” o fuera de él son igualmente merecedores, por distintos motivos, de perecer: por su miserabilismo, su misoginia, su egoísmo, su crueldad (cloacas, ¿entienden?). En algún momento un personaje se justificará con una especie de “el mundo me hizo así/no puedo cambiar”, pero esa admisión de fragilidad no cambiará nada. Dos minutos después ese mismo personaje cometerá un acto repulsivo. Porque, bueno, hay que sobrevivir como sea.
Lo que causa esta nueva versión de la clásica historia de “eran diez indiecitos” es, en principio, un misterio. Tanto que lo mejor sería no adelantar nada ya que ni los trailers lo hacen. Hay un grupo que, por distintos motivos y distintas circunstancias, coincide en un bar de mala muerte del centro de Madrid una mañana cualquiera. Uno de ellos sale y recibe un tiro en la cabeza. Otro corre a ayudarlo y le pasa lo mismo. La gente en la calle desaparece. Los cadáveres también. En la tele no dicen nada, la policía no aparece y los celulares no tienen señal. ¿Qué está sucediendo? ¿Ehhhh?
Como si haber visto Los ocho más odiados, de Quentin Tarantino le hubiera dado una inyección de adrenalina en plan “homenaje”, El bar tratará de ser su versión urbana y semi-apocalíptica de ese formato narrativo, muy de obra teatral. Hay un grupo de gente en un bar. Algo horrible pasa y no se sabe ni qué es ni quién es el culpable, por lo que obviamente se empiezan a tirar unos a otros con toda la artillería posible. Y no diremos más: lo que sigue será una maquinaria de calamidades repulsivas que se irán apilando unas tras otras, para sufrimiento y tortura no solo de los espectadores sino del elenco encabezado por Blanca Suárez (quien tendrá que terminar en ropa interior, obviamente), Mario Casas, Carmen Machi y nuestro Alejandro Awada, entre otros, quienes no la pasarán nada bien en los agotadores 100 minutos del relato.
De la Iglesia tiene el talento suficiente como para generar algunos momentos de genuino humor y otros de creciente suspenso, pero el desinterés casi programático que generan sus personajes hacen que esos pequeños momentos no se sostengan en el tiempo. Es, básicamente, la historia de un montón de imbéciles haciéndose cosas horribles entre sí para escapar de una segura muerte, muchos de ellos, literalmente, hundiéndose en la mierda (¡y bueh!). Y una escena se encadena con la siguiente sin giro alguno en la lógica y un mismo nivel de griterío permanente: una mujer que busca el amor pero no lo encuentra, un publicitario creído, el clásico “predicador diabólico”, la señora solitaria, la dueña mala onda del local y así. Un catálogo de personajes desesperados y desesperantes que hacen de El bar una experiencia que solo apreciarán los ultrafanáticos del director de El día de la bestia.