Los 8 más odiados
Alex de la Iglesia vuelve a trabajar sobre un espacio de encierro los miedos y paranoias de la sociedad actual. Esta vez es un bar del centro de Madrid en el que ocho personajes quedan encerrados. ¿Terrorismo? ¿Una epidemia? No, la peor amenaza son ellos mismos.
El elenco multiestelar que componen Blanca Suárez (Elena), Mario Casas (Nacho), Carmen Machi (Trini), Secun de la Rosa (Sátur), Jaime Ordóñez (Israel), Terele Pavez(Amparo), Joaquín Climent (Andrés), y el argentino Alejandro Awada, son englobados en el bar del título en un tour de forcé muy al estilo de Alex de la Iglesia que comienza con un humor ácido y sarcástico para terminar en un torbellino extremo y desopilante.
Los personajes se encuentran desayunando en un bar de Madrid. Uno de ellos sale y le vuelan la cabeza de un disparo. El terror y la sorpresa invade a los personajes que ven cómo se evacua la zona y quedan sólo ellos atrapados en el local. Al salir otro de los personajes obtiene el mismo destino. Los cuerpos desaparecen y el misterio envuelve a los ocho sobrevivientes que quedaron en el bar. Sólo una cosa es segura: mejor no salir.
Las teorías conspirativas están a la orden del día, del mismo modo que la paranoia que trae desconfianza y un sálvese quien pueda letal, auspiciando lo peor del ser humano en esta nueva película del director de La comunidad (2000). La fórmula del guion escrito por el realizador en compañía de –una vez más- Jorge Guerricaechevarría es siempre la misma idea que en Mi gran noche (2015): utilizar el espacio de encierro para explorar las zonas sombrías de la sociedad en general, y de la española en particular.
En esa tensión constante, en la que aparece el miedo al terrorismo, a una epidemia mortal, a la desigualdad económica, etc, etc, etc; los personajes sueltan frases geniales que grafican el comportamiento del individuo en sociedad. “El miedo nos cambia” dice Trini, “No, el miedo nos muestra tal como somos” replica Nacho. Pero las “verdades” más audaces están puestas en boca del loco Israel, el vagabundo que vive recitando pasajes de La Biblia y no tiene el filtro ético por estar fuera del sistema. “Los hombres somos como las ratas, no hay diferencia”, asegura.
Los films de Alex de la Iglesia son como una gran bola de nieve, empiezan de a poco a rodar y agigantarse al sumar situaciones cada vez más monstruosamente divertidas, y cuando se supone que no se puede escarbar más hondo en el tema retratado, el argumento encuentra la forma de introducirnos una vez más en ese universo de instintos primitivos básicos –sexo, violencia, ambición, codicia- que son para el cineasta, la base de los seres humanos.
Del mismo modo que Quentin Tarantino, Alex de la Iglesia demuestra que encerrar ocho individuos en un mismo espacio, lejos de lograr la organización social, genera la destrucción y el desamparo. En esta visión pesimista del mundo se encuentra otra genialidad del director, tan entretenida como demoledora.