Irreverente, oscuramente gracioso, negrísimo, desbordante en violencia, tan escatológico como exagerado. El cine de Alex de la Iglesia tiene sus marcas registradas; y El Bar, lejos de buscar nuevos horizontes, es uno de sus productos más fieles a su estilo. No le ha ido bien al bilbaíno con el público cada vez que intentó abrirse camino por senderos “más serios”,
Los crímenes de Oxford y La Chispa de la Vida, por citar dos, tuvieron recibimientos más bien tibios. Por eso mismo, es de celebrar que su nuevo film respete a rajatabla la fórmula; y aun así se sienta como un producto fresco y original. Un puñado de personajes, todos se presentan de manera individual en medio de un día muy agitado en la ciudad. El punto de convergencia será el bar madrileño del título. Punto neurálgico, no es un lugar de categoría ni mucho menos.
Todo lo contrario, para algunos es un refugio, para otros el lugar en el que todos se conocen, para otros el primer lugar que encontraron para escaparse del afuera. ´ Todos están ahí, pero esto no es Cheers, así que algo turbio sucederá. Elena (Blanca Suarez) llega al lugar buscando cargar su celular, se lamenta de no haber podido mantener activo un chat de cita con un chico con el que probablemente había alguna chance.
En el bar lo que la espera no es precisamente amabilidad, se nota que ella no pertenece ahí. Todo funciona como un micromundo en el que encontramos, como en un zoológico, distintas especies animales/humanas. Uno de los visitantes querrá irse del lugar, como cualquiera, como todos los días, pero al cruzar la puerta, la muerte, un francotirador invisible dispara contra su cabeza. La mínima cordura que había en el lugar, se terminó.
El hecho se repetirá, por lo que es seguro mejor no salir ¿Es más seguro? El guion del propio De la Iglesia en conjunto con su habitual colaborador Jorge Guerricaechevarría, planea tres espacios, el afuera, el bar, y eventualmente el sótano el bar (¿Cielo, purgatorio e infierno?). Cada uno de esos ámbitos recibirá un tratamiento diferente, desde lo narrativo y desde lo visual.
El grado de locura irá in crescendo a medida que desciendan más y más. Como en la gran adaptación de La niebla que hizo Frank Darabont, aún si saliendo afuera lo más probable es que mueran, el peligro peor se encuentra adentro. El encierro, la ansiedad, la desesperación, el miedo, la supervivencia, sacará lo peor de cada uno, transformándolos en seres rastreros cada uno con características diferentes. ¿Importa qué es lo que sucede afuera? No, se sabe que es mortal, que puede ser algo conspirativa, y que da libre interpretación para las teorías más descabelladas.
Por supuesto que si hablamos de De la Iglesia no podemos hablar de quietud. Aun siendo en ambientes cerrados, casi teatrales, con personajes que, si no pocos son “siempre los mismos” sin extras, el ritmo es demoledor. El bar funciona como una montaña rusa sin frenos, no hay un momento en que pare, continuamente sucede algo que despierta nuestra atención, pero jamás apabulla. Si Las Brujas de Zugarramurdi tenía mucho de El día de la Bestia, El ar tendrá mucho de La Comunidad, su otra obra máxima. La llegada del afuera, el micromundo, la ambición, y el grotesco desde lo cotidiano, todo nos hace recordar a aquella excelente película. La dirección de actores siempre ha sido otro fuerte del director, y no falla. Suarez impulsa el relato, pero cuesta decir que hay un solo protagónico.
Cuenten a Mario Casas (que cuando lo agarra del director de 800 Balas le saca un talento que en otras ocasiones parece mantener oculto), Terele Pávez, Carmen Machi, Secun de la Rosa, Jaime Ordoñez, Joaquín Climent, y hasta nuestro Alejandro Awada (que no pierde tiempo es explicar cuestiones de acento); todos componen roles perfectos, ajustados, de química perfecta, criaturas divinas en manos de un realizador que adora recargar las tintas sobre los personajes, y con todo, siguen pareciendo reales. La gran comicidad, más de una vez incómoda, que posee el relato pasará permanentemente por las características contrapuestas de ellos.
El rubro técnico no necesita de un gran despliegue, todo está en ese montaje furioso, pero cumple sobradamente con el lenguaje visual. Se pueden hacer todo tipo de lecturas de lo que está sucediendo, y las imágenes acompañan permanentemente.
No hay nada descuidado desde la fotografía y la implementación de planos, todo denota un gran cuidado en el detalle, si hasta la evidente pauta publicitaria pasa como algo simpático. Sí, hay algunos detalles de guion, de resolución que, si se hila fino, no cierran, pero tampoco pareciera ser que la idea principal del film sea plantear un gran enigma a resolver, lo importante más allá de las resoluciones y los por qué será el recorrido, el infernal viajecito.
El bar trae la mejor forma de un director que filma con una fórmula propia, que acostumbra a sus espectadores a esperar determinados elementos de sus films, y lejos de defraudar, los envuelve de un modo tal que parece original. La renovación del cine de género español se mantiene activa con directores que ya entran cómodamente en la escala de clásicos indiscutibles.