De la Iglesia tiene buenas y malas películas, pero si hay algo que no se le puede negar es el amor desaforado por el cine, el género y el humor. Y la pasión, por supuesto. Cuando esos elementos se conjugan bien, es capaz de crear películas como “La Comunidad” y como “El Bar”, que tiene –por lo menos desde lo temático y la pintura de caracteres– puntos en común con aquella. Aquí todo comienza una mañana común en un bar común lleno de personajes pintorescos y también comunes. Hasta que alguien sale del bar, muere de un disparo en la cabeza en medio de un espacio desierto y empieza el terror y la especulación: o hay un criminal o se impide que el criminal deje el lugar. El juego, que recuerda en parte al Buñuel de “El ángel exterminador”, se mezcla con el suspenso, la comicidad “a lo bestia” (gracias, Miguel Gila, inspirador de tanto español) y el ingenio de De la Iglesia para construir una sátira social sin que se pierda el suspenso. Lo mejor es, siempre, la definición de los personajes, esos retruécanos rápidos del tipo ibérico que hacen que lo trágico se transforme en grotesco y en sátira. El realizador, se nota, es de la generación bulímica de cine de Quentin Tarantino, una especie de posmoderno salvaje que ya no cita otro cine, lo usa de acuerdo con su humor, bastante menos misántropo de lo que podría parecer. En “El Bar”, por lo demás, hay un mayor control y tempo que en la desaforada (y muy buena) “Mi gran noche”, lo que le provee una efectividad mayor.