Alex de la Iglesia firma esta historia de planteo claustrofóbico, en torno a un puñado de personajes que quedan encerrados en un bar madrileño, del que son habitués o al que llegan por casualidad, cuando un tiroteo deja dos muertos en la vereda. Y eso es sólo el principio. Lo que sigue, entre el humor negro, el gore y el suspenso, géneros del director, parece un cóctel entre versión castiza de Los 8 más odiados de Tarantino, los films clásicos de zombies, el suspenso de personajes de Agatha Christie, Epidemia y El ángel exterminador. Como ya le pasaba en sus películas más recientes, de Balada triste de trompeta a Mi gran Noche, De la Iglesia parece tan embelesado con su historia que no se detiene, el chiste sigue y sigue aunque haya perdido gracia. En El Bar, el asunto termina por sentirse como un largo, reiterado y finalmente cansador exprimido de cada idea visual, ocurrencias que se repiten sin que contribuyan necesariamente a una narrativa. Cuando las secuencias son como estampas, íconos juguetones de la cinefilia, se puede admirar la imagen, el encuadre y la bestialidad de la broma, pero el efecto acumulado es el contrario, genera desgaste. Y uno termina -excepto que sea muy fan de todo lo que hace el director de las tanto más frescas e inspiradas El día de la Bestia o Muertos de Risa- preguntándose hasta dónde llega todo esto, cuándo termina.