Sálvese quien pueda
Esta más que comprobado que Álex de la Iglesia es un autor, y no porque haya hecho películas con temáticas que nunca nadie hizo, sino porque las piensa y las filma de una forma magistral. El Bar (2017) es una prueba más de que no ha perdido la magia.
Son las nueve de la mañana y un grupo de personas desayuna tranquilamente en una clásica confitería en plena Madrid vertiginosa. Apurado, uno de ellos sale del lugar y recibe un disparo en la cabeza que lo deja muerto en plena vía pública. A partir de ese momento, una típica jornada en la vida de los testigos del bar se tornará un infierno; hecho que para el espectador será más que atrapante.
¿Alex de la Iglesia se sigue repitiendo así mismo? Y sí. Y es lógico… porque le sigue yendo bien. Un autor de su talla siempre tiene ese haz en la manga. Su peculiar modo de ver el mundo siempre le jugó a favor a la hora de la creatividad. Sus films giran en torno a las miserias humanas, las mochilas que cargamos sobre los hombros y cómo nos las ingeniamos para vivir con ellas. Y esto es fascinante, porque las presenta de una forma inteligente y lúcida.
Sumado a eso, la claustrofobia, el temor a lo desconocido (y a los desconocidos), la paranoia generalizada, la invasión de la tecnología y los dilemas morales son el caldo de cultivo para unos diálogos deliciosos en un escenario más micro, donde comienza a desatarse la antesala del apocalipsis. Lo exagerado, lo llevado al extremo, a De la Iglesia le sale tan bien…
Veremos personajes bien estereotipados: un hipster con su tablet desconectado del mundo, una joven mujer que busca a su príncipe azul, un mendigo que esboza párrafos de la Biblia y es tomado por loco, un oficinista cuyo maletín contiene elementos de los que no está orgulloso. Luego están la malhumorada dueña del bar y su empleado, y una adicta a las máquinas tragamonedas. Cada uno, a modo de juego, tendrá que ir sorteando etapas en las que se verán cada vez más expuestos y vulnerables, hasta llegar a una especie de purgatorio, representado metafóricamente de forma excelente.
Éste es un nuevo híbrido del director de la siempre sobresaliente Balada Triste de Trompeta (2010): tragicomedia, suspenso y terror. Caos y prolijidad a la vez. Oscuridad y delirio al mismo tiempo. Imposible ser indiferente a aquella mezcla y no quedar atrapados en el “berengenal”.