Falta una vuelta de llave
Un detalle fantástico salva a El cerrajero de ser una más de tantas películas argentinas que muestran el devaneo sin rumbo de un joven apático: este joven tiene un oficio, y mientras destraba cerraduras ajenas, a él se le abren las puertas de la percepción. En el preciso momento en que está luchando con algún mecanismo rebelde, salen de su boca certeras sentencias sobre la gente que lo contrató o sus allegados. Algo así como un oráculo auspiciado por Trabex.
Este giro sobrenatural viene a romper la atmósfera de costumbrismo barrial y dota de un aura especial a una película que trata básicamente sobre la incomunicación. Sebastián (Esteban Lamothe) tiene una barrita de amigos, pero, como suele suceder, con ellos no habla de los temas que realmente lo preocupan. Tiene una amigovia, pero no logra decirle -ni, quizá, decirse a sí mismo- qué es lo que quiere de/con ella. Y tampoco logra conectarse genuinamente con su hermana y su padre.
En este desierto de vínculos truncos, incompletos, aparece Daisy, el otro detalle luminoso de El cerrajero. La conexión que establece con Sebastián va más allá de las palabras: ella es la única que toma con naturalidad ese don que para él es una maldición. Y también es la única que parece entender al cerrajero. Los dos forman una encantadora pareja dispareja que trasciende las diferencias sociales y culturales.
Si bien el protagonista es un hombre, los pilares de la película son los personajes femeninos y las actrices que los encarnan. Por un lado, la peruana Yosiria Huaripata, toda una revelación, que construye una criatura creíble, cálida, tierna. Por el otro, Erica Rivas, la actriz del momento, que da muestras de su versatilidad con un registro alejado del de la novia desquiciada de Relatos salvajes, pero igualmente eficaz.
Natalia Smirnoff ubicó temporalmente a su segundo largometraje como directora (el anterior fue Rompecabezas) en 2008, cuando Buenos Aires se volvió irrespirable por el humo. Una buena idea, surgida a raíz de una anécdota personal que le ocurrió en ese momento -se quedó encerrada en su casa-, pero que no se justifica dramáticamente: más allá de que los personajes se quejan constantemente del olor, el fenómeno atmosférico no le agrega nada a la trama. (Y no resultó un hecho tan misterioso como rezan los títulos del principio: fue provocado por la quema de pastizales en el Delta, en pleno tironeo entre el Gobierno nacional y sectores rurales en torno a la resolución 125).
Esta no es la única idea desaprovechada o subexplotada de una película que tiene muchos buenos momentos y personajes, pero no termina de ir a fondo. Para expresarlo en términos del oficio: pese a la habilidad con las que maneja las ganzúas, a El cerrajero le falta dar una vuelta de tuerca.