Cómo detectar las disonancias del alma
Con un verdadero seleccionado de técnicos y actores del cine argentino, el segundo largo de la directora de Rompecabezas es un film sobre las pérdidas y la manera en que pueden convertirse en la piedra basal de una nueva construcción.
“Buenos Aires - Epoca de humo - Abril 2008.” Desde el prólogo, El cerrajero (segunda película de la directora Natalia Smirnoff, después de Rompecabezas) sitúa la acción en un momento sumamente específico del pasado reciente de la Argentina. Resolución 125, conflicto con el campo y una ciudad invadida por el humo de una misteriosa quema ocurrida en el límite de las provincias de Entre Ríos y Buenos Aires, epicentro de la disputa del Gobierno con los terratenientes y productores agropecuarios. No todas estas precisiones son especificadas de manera literal, pero las referencias aparecen con nitidez durante el primer acto de la película. Lo que sí queda claro es que el olor asqueroso de esa humareda que el viento empujó hasta Buenos Aires (y más allá) influyó negativamente en el ánimo de los porteños. Esa época gris e irrespirable de la que el humo es una excelente metáfora –se la mire desde donde se la quiera mirar– es el telón de fondo sobre el que se recorta la historia de Sebastián, un cerrajero aficionado a construir cajitas de música artesanales con las placas de metal de cerraduras en desuso.
Sebastián (Esteban Lamothe) es un tipo laburador al que su pasatiempo convierte en un impensado luthier, detalle que permite adivinar en él una sensibilidad muy particular. Pero además, según dicen sus amigos, es una especie de Casanovas urbano. Sin embargo, este (ya no tan) joven cerrajero se encontrará sin querer ante un punto de inflexión en su vida y el humo tendrá mucho que ver en ello. Por un lado está Mónica (Erica Rivas), una más-que-amiga que aparece para contarle que está embarazada y que a pesar de haber estado con alguien más, está segura de que Sebastián es el partícipe necesario de esa situación. Dado el contexto, no deja de causar gracia que la fórmula “llenar la cocina de humo” sea una de las formas habituales en las que el lunfardo llama al embarazo, sobre todo cuando tiene más de accidente que de planificación, y que justo sea éste uno de los hechos que lo pondrán frente a frente consigo mismo.
Casi de inmediato Sebastián adquiere la extraña facultad de percibir ciertos conflictos latentes en las vidas de sus clientes, don que se manifiesta en el mismo momento en que introduce sus herramientas dentro de las cerraduras que debe reparar. Como si ese mero acto de penetración le permitiera detectar no sólo el origen del atasco en el mecanismo, sino el de aquellas trabas en el espíritu de quien esté junto a él en ese momento. Un poder acorde con el carácter de Sebastián porque, en tanto mujeriego, suena lógico que esa sensibilidad se active durante esos momentos de “penetración”. Y en tanto luthier, del mismo modo en que esa “intuición” le permite identificar el tono de las chapitas que usa en sus cajas musicales, también le revela las disonancias en el alma de los dueños de las cerraduras a las que accede.
A pesar de que Smirnoff se preocupa por hacer que el escenario en el que transcurre la historia sea bien reconocible en lo espacial y temporal, enseguida se toma el bienvenido atrevimiento de darle al relato este giro fantástico que la encolumna detrás de una tradición narrativa argentina que excede lo cinematográfico. Un recurso de algún modo borgeano, si se piensa en que a Carlos Argentino Daneri el Aleph también le fue dado en un tiempo y lugar de la ciudad muy específicos. Claro que en vez de agarrar por el desvío metafísico que solía tomar el escritor, la directora elige hacer foco en la forma en que esa revelación opera emotivamente en Sebastián. Porque del mismo modo en que su clarividencia interpela a sus clientes, él también comenzará a ver de otro modo los detalles de su propia vida, como si ese don imprevisto fuera también una puerta de acceso a sus sentimientos y emociones. Con un verdadero seleccionado de técnicos y actores del cine argentino, El cerrajero es sobre todo un film sobre las pérdidas y la forma en que pueden convertirse en la piedra basal de una reconstrucción. Y Smirnoff vuelve a mostrar capacidad para encontrar lo extraordinario en lo cotidiano y expresarlo con precisión, elegancia y austeridad narrativa.