El cerrajero, la nueva película de Natalia Smirnoff, narra la historia de Sebastián (Esteban Lamothe), un joven adulto que, atrapado en su indecisión, vive a la deriva de sus acciones errantes. Dueño de una cerrajería, su rutina consiste en llamados de urgencia de gente atrapada (muchas veces dentro de sus propias viviendas) y constantes comunicaciones con Mónica (Erica Rivas), una mujer a la que no se podría etiquetar bajo el rótulo de novia.
Ubicada en Buenos Aires en el año 2008, la realizadora elige aquella fecha en la que la ciudad se encontró invadida por una espesa niebla durante más de cuatro días. El extrañamiento se presenta desde el comienzo cómo si aquel fortuito evento quisiera transmitirnos una premisa, o más bien, un código de lectura. Situada en tiempo y espacio el drama se abre paso de la mano de Sebastián.
Un embarazo no esperado y la aparición de un insólito don, son los dos condimentos narrativos que El cerrajero desarrolla como ejes temáticos. Dos líneas de acción que, aparentemente se muestran incompatibles, la trama, pronto, se encarga de amalgamarlas, al menos en el terreno de las suposiciones. ¿Desde cuándo aparece el don?, ¿Coincide su aparición con la noticia del bebe?, ¿Es la niebla lo que lo sensibiliza?
Entonces, no son sólo dos los ejes temáticos sino tres, y sumados al embarazo y el don, la niebla no sólo sería una decisión estética sino dramática. Smirnoff muestra falta de profundidad a la hora de desarrollar algunas de estas líneas, pero hay una que la resuelve con soltura que es la de la interrupción del embarazo. Lejos del melodrama barato y muy cerca de una reflexión actual y naturalizada, el evento se trabaja con inteligencia y verosimilitud.
El problema ocurre cuando comienzan las “visiones”. La idea es original, y es bienvenida su introducción al repertorio de la temática nacional, pero lo cierto es que no se encuentra del todo lograda. Si bien, se pueden barajar distintas opciones acerca de cómo y cuándo aparece el don en la vida de Sebastián, el filme lo deja por completo librado a las conjeturas del espectador. La construcción es débil y sumado al registro actoral de Lamothe, la identificación del tema se torna compleja. El elemento fantástico aparece pero se muestra poco contextualizado y fuera de una lógica de previsibilidad genérica, situación que posibilita, más aún la confusión o extrañamiento del espectador.
El cerrajero tiene tres líneas de acción, y se anima a jugar con lo fantástico. Descripción atractiva para un cine local que tiende siempre al mismo relato. Por un lado, el cine poético y experimental; y por el otro, el comercial. ¿Dónde quedaría entonces la película de Smirnoff? No es necesaria la taxonomía, pero la buena noticia es que el abanico temático y retórico se expande. Síntoma de buena salud.
Por Paula Caffaro
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