Hubo una época en la que Buenos Aires fue construida por arquitectos cuyo rigor estético era europeo, con muy buen gusto y delicadeza. En este escenario, utilizando a la ciudad como un set de filmación, el argentino y director Hugo Santiago, que vivió casi toda su vida en Francia, vino al país a rodar esta obra rescatando calles, casas, parques, que todavía perduran de aquellos años, y no sufrieron la piqueta del progreso, realzando todo lo lindo, limpio y vacío de gente que pudo encontrar.
La historia la protagoniza el Ingeniero (Malik Zidi), que trabaja en un barco cuyo destino final es Comodoro Rivadavia, pero al atracar en Buenos Aires un par de días, antes de continuar su recorrido al sur, el Ingeniero tiene como encargo llevarle una encomienda a Víctor Zagros, que es amigo de su padre, pero se la roban en el camino. Aunque este delito no es producido por un grupo de pungas o arrebatadores como estamos acostumbrados a padecer actualmente, sino que son otra cosa y el francés tendrá que arreglárselas para cumplir con su misión.
Así, éste hombre tranquilo, que entiende el español, pero casi no lo habla, se convierte en el héroe de este largometraje, porque tiene que resolver el problema, tratar de recuperar y entregar el paquete a quien corresponde, toparse constantemente con los malos, que responden a Julio Baltasar (Rolly Serrano), y además contactarse con diferentes personajes que lo van guiando, para intentar lograr su cometido.
En muchas situaciones nos remite a su película de culto “Invasión” (1969), con guión de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, donde siempre hay grupos de personas persiguiendo al protagonista, que aparecen y desaparecen constantemente.
Con un relato clásico y un ritmo sostenido, este film realizado en su mayoría en blanco y negro, matizado con muy pocos colores, y ambientado con música instrumental tanguera, hablado casi en su totalidad en francés, donde todos visten traje, o camisa y pantalón de vestir, pese a que la historia se desarrolla en la actualidad, el director mantuvo un sentido estético impecable, el protagonista se mueve por la ciudad sin GPS, sólo ayudado por un plano de calles, y tampoco existen los teléfonos celulares para contaminar la historia.
Hugo Santiago volvió a filmar, desde el 2002 que no lo hacía, para contarnos una historia y mostrarnos una ciudad, que tal vez la recordaba así en su niñez y juventud, o tal vez acercarnos su casa parisina a su ciudad natal.
En esta realización lo importante no es mostrar si el personaje principal puede completar su trabajo o no, sino que lo más logrado es el cómo lo cuenta, para que el héroe llegue a buen puerto.