La vida es un espejo.
No todas las personas viven una infancia feliz, precisamente si se trata de una niña isleña, muy observadora y sensible, de mirada triste y despierta, que a temprana edad, cuenta con un pasado con el que cargar. En este caso es hasta lógico que se conecte fácilmente con los animales y la naturaleza y no con otros niños o personas en general. Una dura realidad y su verdad se esconden detrás de una increíble imaginación que despliega a través de sus fábulas… profundas fábulas.
Luego de una vasta experiencia en realización de cortometrajes, la cineasta islandesa Ása Helga Hjörleifsdóttir debuta con Svanurinn (2017), su opera prima estrenada en el Festival Internacional de Cine de Toronto y basada en la novela “El cisne”, de Guðbergur Bergsson (galardonado con el Premio de Literatura de Islandia). Se trata de una niña de nueve años, Sól (Gríma Valsdóttir), quién es enviada por sus padres separados a una granja rural de una pariente en el norte de Islandia; allí encuentra una suerte de libertad en un mundo nuevo, “el maravilloso universo de los grandes”, que puede ser muy cruel. Así es que Sól debe atravesar la experiencia de vivenciar, en tan sólo un verano, parte de la cruda y desalmada realidad del mundo adulto. Sólo tiene interés por un adulto granjero solitario y escritor, que no encaja con sus contemporáneos. El vínculo entre ellos se torna interesante ya que la escritura los acerca y de alguna manera, se acompañan y comprenden.
La directora y co-guionista Ása Helga Hjörleifsdóttir logra un trabajo completo al contarnos la historia desde el punto de vista de la niña. Es un guion muy poético, en el que la fluidez está presente todo el tiempo -desde el comienzo por la inmensidad del agua del océano- como recurso principal para marcar el ritmo de la trama, acompañado por una imponente fotografía, tomas aéreas, planos interesantes que logran denotar y connotar a través de contrastes de la naturaleza y reflejos recurrentes, para nada inocentes e insinuantes. La interpretación de la pequeña Gríma Valsdóttir es impecable, ella nos enseñará que la observación e introspección sirven como herramienta para pararse de otra manera ante los sucesos que se presenten en la marea de la vida. Los diálogos entre ella y el granjero Jón (Thor Kristjansson), son exquisitos y profundos, quizás en ellos, se halle el alma del film. Cuenta con deslumbrantes locaciones, realmente es un film digno de contemplar en pantalla grande, reflexionar y meditar en silencio.
Es sabido que los grandes genios de la historia, han sido infelices de niños y eligieron la soledad. Se caracterizan por ser intuitivos, ermitaños, honestos y sinceros, que ya muy despiertos desde pequeños, no intentaron escapar de su esencia y algo dentro de ellos, les indicaba que eran especiales. Lo más valedero y honesto, es la autenticidad y sostener eso que se siente durante la vida adulta en donde todo indicaría que hay que negociar para encajar. Sin embargo, quien vende su alma está muerto -metafóricamente hablando- y no comprendió el motivo de su existencia. Éste podría ser uno de los mensajes más importantes de este film… Perderse a sí mismo en este juego bello que es vivir, puede ser demasiado peligroso y no tener retorno. No es una película indicada para aquellos espectadores que solo busquen entretenimiento, al contrario, está dirigida a aquellos que disfruten, de alguna manera, ser partícipes, estén dispuestos a observarse en profundidad y lean los metamensajes que se están comunicando.