Una nena deja a sus hermanas y a sus padres para pasar una temporada con unos parientes granjeros, que viven algo aislados en la naturaleza de los imponentes paisajes nórdicos. Allí deberá aprender a lidiar con la soledad, la añoranza que no tiene pronta solución a la vista, la cordial aspereza de las gentes de campo, las necesidades que no pueden satisfacerse en lo inmediato. Entre el contacto con los animales y las duras tareas al aire libre, en las que ayuda, esta pequeña y delicada crónica de crecimiento que se mete con asuntos delicados pero evita caer en golpes o sentimentalismos.
El tono de El cisne es más bien lírico, un film en el que la ensoñación de la protagonista, el impacto de leyendas que se cuentan sobre el lugar, la relación idílica con un joven escritor, empleado zafral de la casa, con el que debe, insólitamente, compartir cuarto. Y a través de él, el mundo de unos adultos tan aspiracional como terrible. Una atractiva amalgama en la que lo real está unido y en tensión con lo imaginario. La estupenda joven protagonista, con su mirada inteligente e introspectiva, es capaz de cargarse este relato minimalista, sobre una infancia que deja de serlo, en medio de un lugar cuya belleza natural parece de otro mundo.