Árida y tierna infancia
La directora Ása Helga Hjörleifsdóttir crea con El cisne (Svanurinn, 2017) un relato que comprende la ternura de la infancia dentro de la dureza del crecimiento.
En la Islandia rural, una niña de 9 años llamada Sól, es enviada a la casa de campo de unos parientes lejanos para trabajar durante el verano, como una suerte de iniciación hacia la madurez. Allí conoce a un joven campesino llamado Jón, que le llama la atención.
La película es luminosa y el paisaje que a priori seguro nos parezca soñado, en realidad se configura como un contexto hostil para la pequeña protagonista. Es interesante la dicotomía entre el punto de vista de la niña sobre el mundo que a su vez se contrapone al punto de vista inevitable de la adultez del espectador.
El amor idílico y la cercanía romantica, así como la deslumbrada de Sól para con Jon, nos deja un resabio de peligro que hace que las escenas sean tan frescas como incómodas.
El film tiene una estructura de novela que endulza el relato entero y que propone reflexiones y diálogos muy poéticos que podrían ser de un verosímil cuestionable pero que en su planteamiento ya nos prepara para este tipo de narrativa. Tampoco esto significa que sea una película empalagosa, distiende con la aridez del mundo real por fuera de los ojos de la protagonista.
Una suerte de coming of age donde el traspaso es de la niñez a la adolescencia y los primeros dolores empiezan a golpear, las inquietudes son más que las certezas. La cadencia es paciente y se propone observar pero hay un balance con otras líneas narrativas con mucha más carga de tensiones y conflictos.
Quizás la distancia más amplia está en las personalidades y costumbres que chocan con nuestra cultura cotidiana e incluso con nuestro imaginario de la ruralidad. Pero es una buena oportunidad de sumergirse en una cultura distinta en una historia que ya es bastante universal.