Si bien el trabajo de Redford es correcto, cierta reiteración de situaciones y la propia obviedad de la historia, conspiran contra el mantenimiento del interés en la película.
Es una certeza que todo relato histórico habla del presente. Ya sea para dar cuenta con que herramientas conceptuales el presente organiza su mirada sobre el pasado o más sencillamente, para decir cosas sobre el presente usando el pasado como una alegoría. Este es el caso de la última película de Robert Redford, quien a criterio de quien escribe, ha realizado sus mejores trabajos como director en sus comienzos, cuando en sus películas lo político era parte del entramado de los sujetos y su vida privada. Más al dedicarse a discursos sobre lo político como ejercicio del poder, su capacidad de sutileza, de encontrar pliegues, de establecer interrogantes, se perdió por completo.
El conspirador es una película hecha para hablar sobre Guantánamo y otras formas de abusos cometidos por su país en el presente. Basado en hechos reales, la película cuenta el proceso judicial que sufrió Mary Surratt, acusada de conspirar para matar al presidente Lincoln. Defendida, al principio sin convicción, por Frederick Aiken, este juicio estuvo viciado de todo tipo de parcialidad. Surratt era sureña, el bando vencido en la guerra de secesión, y sus jueces pertenecían al vencedor ejército norteño, el mismo que comandó el líder asesinado.
Lo que alega Aiken, alter ego de Redford, es que la lucha que llevó a cabo el ejército de la Unión fue en pos de un conjunto de principios que incluían las libertades civiles y la igualdad de los ciudadanos ante la justicia. Que los padres fundadores legaron ese mandato y que la victoria militar no da derechos de modificar ese conjunto de principios. Por lo tanto el modo en que se llevaba a cabo el proceso estaba absolutamente viciado de nulidad, pues contradecía esos principios. Líberal, en el sentido en que usan los estadounidenses el término, Redford está sosteniendo utópicamente aquel mandato, ante los abusos a que son sometidos los actuales derrotados por el ejército de la Unión.
La película tiene la clásica estructura de la película de juicios, en la cual el abogado debe luchar solo contra los jueces, el jurado, la policía, las pruebas, los testigos manipulados. En ese sentido Redford organiza el relato siguiendo los modelos clásicos y si bien su trabajo es correcto, cierta reiteración de situaciones y la propia obviedad de la historia, conspiran contra el mantenimiento de interés en la película.
La irregularidad y la obviedad de la trama se llevan de la mano con algunas actuaciones (especialmente la de los hombres más jóvenes) y con la omnipresencia dramática de la ambientación. No nos corresponde a nosotros decir que hacer ante las injusticias en el ejercicio del poder de la principal potencia del mundo. Lo que seguro demuestra la historia del cine es que estos intentos son vanos y solo sirven para limpiar la conciencia blanca de un hombre bonito. Y tal vez para aportar algo más de valor a su ya bastante auto publicitada figura.