Justicia para todos
Una primera mirada rápida sobre el argumento cinematográfico daría por definir a este film como una perfecta mezcla de dos géneros fundacionales, y clásicos, del cine hollywoodense (sin olvidarnos del western, que también aparece, poco, pero aparece), como lo son las producciones sobre la temática de los juicios y la recurrencia a los hechos históricos.
El relato se centra en hechos conocidos. Varios asesinatos ocurridos en la misma noche, principalmente el del entonces presidente Abraham Lincon a manos de John Wilkes Booth, un actor sureño, mientras presenciaba la representación de una obra de teatro.
De sus terribles consecuencias, de la persecución de los “culpables” y del juicio, manchado por las sospechas de parcialidad, a la que fueron sujetos los prisioneros, pero haciendo foco en el personaje de Mary Surrat (Robin Wrigth), madre de uno de los sospechosos y dueña de la posada donde los conspiradores realizaban las reuniones. De esto trata el relato, pero no el filme en su concepción general.
Por esto, creo que, prestándole un poco más de tiempo al análisis de la realización, uno puede dar cuenta de la instalación de un plus que favorece, y mucho, a toda la producción, además de varias y muy inteligentes “trampas”, la primera se despega y despliega desde el titulo en su traducción literal del original “¿Quien es el conspirador?”, o en relación a su discurso, abriendo el interrogante: ¿sólo se cierra en lo histórico, o hay una proyección intencional del decir sobre el presente haciendo referencia al pasado?
De la misma manera que cuando el gran Andrew Wajda produjo y dirigió “Danton” (1983), la obra apuntaba en su intencionalidad a una clara alusión a que no se cerrará en la historia narrada, sino que tomando esos personajes icónicos de la revolución francesa, como lo fueron Danton y Robespierre, hacer conexión directa con el presente que se vivía en 1983 en Europa, en términos generales, o en su Polonia natal más específicamente, entre quien ostentaba el poder y aquél que lo obtenía por fervor y apoyo popular.
En “El conspirador” la producción más reciente de Robert Redford, en su condición de realizador, el mismo de “Gente como uno” (1980) o “Quiz Show”(“El dilema”, 1994), sólo por citar alguna de las más conocidas, repite la formula en tanto y en cuanto a la estructura del relato, lineal, progresivo, clásico, casi de fórmula, en este sentido, pero altamente efectivo, por lo que da cuenta que sabe muy bien como narrar una historia.
Para ello contó con la inestimable colaboración de su director de fotografía Newton Thomas Sigel, el de “Los Sospechosos de Siempre” (1995) o “Drive” (2011), quien le da el calor y los tonos justos al relato: los espacios cerrados, oscuros, fríos, en relación directa a la escena, en tanto otros más calidos están en función de la dirección de arte y las actuaciones. La música de Mark Isham es siempre efectiva, en este caso concordante con la imagen, empática si se quiere, que sin ser sobrecargada por lo excesivamente orquestal determinante, tampoco es redundante.
Pero al principio de esta nota hablaba de varias trampas y un plus. El filme abre con una escena en un campo de batalla, en plena guerra de secesión, donde vemos al Capitán Frederick Aiken (James McAvoy) malherido junto a un compañero de menor rango, Nicholas Baker (Justin Long), en peores condiciones, y cuando vienen a atenderlo él exige que primero se ocupen de Nicholas. Presentación clara de un personaje, respecto de su construcción en lo moral, ético, creíble y, finalmente, como un héroe de guerra.
Elipsis temporal mediante, nos encontramos en la fatídica noche del regicidio El capitán alterna con la alta sociedad política del momento. Amigo del senador sureño Reverdy Johnson (Tom Wilkinson), éste le presenta al ministro de guerra Edwin Stanton (Kevin Kline), quien ya sabe de su existencia, su buena reputación, su influencia sobre sus allegados, por lo que intenta sumarlo a su equipo. Pero el capitán se inclina por el ejercicio y respeto de la ley.
Posiblemente se esa la mejor secuencia del filme, nada novedoso es cierto, pero los cortes rápidos, montaje por momentos en paralelo y por momentos alterno, situación que podría confundir al espectador, lo que no ocurre, pero con muy buenas y necesarias rupturas temporales que terminan por dar coherencia al relato. La cámara puesta en función del todo, con movimientos constantes, sutiles, pero advertibles, no desde el punto de vista del narrador, este no cambia, sino desde la importante dinámica que le termina imprimiendo.
Por momentos da la sensación de querer inclinarse hacia el suspenso, pero Redford tiene claras sus intenciones de denunciar los abusos de poder y el peligro que implica el no respetar al pie de la letra los derechos constitucionales, tanto en el pasado como en su reflejo en la actualidad, tal como ocurre desde los atentados a las torres gemelas en Nueva York, en 2002. Esta es la trampita menor, la doble lectura transpolada a la actualidad del texto fílmico.
A partir de los asesinatos, una vez atrapados los “culpables”, vuelvo a las comillas, pues ya lo eran por decreto, y todo el juicio militar pasa a ser una gran farsa. El senador Johnson le pide a Aiken que defienda a uno de los conspiradores, Mary Surrat. Lo que aparentemente es el recorrido del martirologio de esa mujer, es en realidad la lucha de un hombre por creer, sostener, y luchar por el principio de que todos son inocentes hasta que se demuestre lo contrario.
Esta defensa a ultranza de un personaje condenado a priori coloca al capitán, en principio, como un traidor, y ante la insistencia de preservar sus ideales, como el gran conspirador del régimen establecido, por no decir del poder de turno.
Esto queda demostrado al final del relato con la prosecución de la historia de cada uno de los personajes protagónicos.
Esta es una de las trampitas, el conspirador no es sólo el asesino y sus secuaces, sino todos aquellos que por disímiles razones los pueden llegar a defender, tal como dice el personaje de Wilkinson: “Alguien tiene que hacerlo”.
Posiblemente, salvo en algunas escenas, los diálogos pasan a ser lo más débil de todo el guión, por momentos muy sentenciosos, muy clisés, y en otros inocuos o inoperantes, que nada agregan.
En relación al plus del filme, tiene su mayor virtud el casting realizado por Avy Kaufman, cumpliendo muy buenas actuaciones todo el elenco, pero siendo memorable el desempeño de la todavía increíblemente bella Robin Wright, que no será Charlize Theron, pero es todo un valor agregado para cualquier película.
(*) Realización de Norman Jewison en 1979.