Robert Redford se pone detrás de cámara una vez más para narrar la historia de los responsables del asesinato al primer presidente republicano de los Estados unidos: Abraham Lincoln. Este drama judicial recrea uno de los hechos históricos más trascendentes de la historia norteamericana. En realidad la película no se trata sobre el asesinato del presidente en sí, lo cual inclusive se retrató en una de las primeras grandes películas de la historia del cine, El nacimiento de una nación (1915, D.W. Griffith), sino que recrea el juicio posterior al crimen del infame John Wilkes Booth. Lo interesante es que el asesino (o uno de ellos, el principal al menos) no se encuentra enjuiciado consecuencia de su muerte en manos del ejercito 12 días después del magnicidio. El litigio se construye alrededor de los 8 presuntos conspiradores que facilitaron la muerte de Lincoln, y principalmente se centra en una mujer, Marry Surrat (Robin Wright), dueña de una pensión en donde los conspiradores solían juntarse a planear el asesinato. Frederick Aiken (James McAvoy) es el joven jurista encargado de defender lo indefendible, y cuando se le designa el caso inclusive explica que cree que su cliente es culpable. Y como si fuera poco la acusada le esconde información a fin de proteger a su hijo. Eventualmente (y porque sino no habría película), la acusada cede y le confiesa información clave que podría cambiar el rumbo del juicio a su abogado.
La dirección de Redford, fiel a su estilo, se desarrolla de una manera tradicional y efectiva, enfatizando en el relato en sí y en cuestiones morales como el dilema de Aiken sobre defender a una de las personas más odiadas del país en ese momento. Resulta interesante cómo el director logra despertar en el espectador cierto respeto por alguien que directamente fue cómplice del asesinato del presidente, basándose y respaldando a Surrat en sus instintos maternos de defender a un hijo, indiferente de cuan erróneo sea su modo de actuar y pensar. Presentando los hechos de una manera frontal y considerablemente objetiva no se le sugiere al espectador que piense de un modo en particular, odiando o aceptando el pensamiento de Surrat, sino que se le otorga libre albedrío al respecto. "El conspirador" no se trata de tomar partido por uno o por otro en este juicio, sino de comprender a ambas partes y exponer un hecho histórico de manera fiel.