Desde que en 1957 Sidney Lumet entregó esa película perfecta y eterna que es 12 Angry Men, no se puede abordar un juicio de esos en los que se defiende lo indefendible sin sortear las comparaciones. The Conspirator, la última película de Robert Redford, no es la excepción. En ella se retrata la verdadera historia del asesinato de Abraham Lincoln y el juicio que se llevó contra los acusados, especialmente contra la madre de uno de los prófugos, juzgada por un tribunal militar carente de evidencias firmes. Con una intencionalidad educadora, se ofrece una lección sobre el respeto de los derechos civiles centrándose en un abogado con la titánica tarea de oponerse a un Gobierno que busca sanar las heridas de una Nación, fin para el que se justifica cualquier medio.
Redford es cultor de una narrativa clásica y así conduce su historia, un duelo de alegatos en el que en todo momento se conoce la suerte de los involucrados, aunque los esfuerzos estén dispuestos a retrasarla. Sin música épica o armas, pero con una lograda ambientación, se lleva adelante una notable batalla entre dos puntos de vista legales, dentro de las cuatro paredes de una sala. Allí reside el plato fuerte de la realización, capaz de señalar a los culpables y de hacer luchar entre sí a dos facciones del "bien", incapaces solo de ponerse de acuerdo en cuestiones como la dureza de la condena y los tiempos del proceso. Con varios personajes muy desdibujados, la pareja protagonista que componen James McAvoy y Robin Wright funciona, generando empatía con un espectador que sigue la parábola propuesta y pasa del rechazo inicial hacia la comprensión de la necesidad de un juicio justo ante todo. The Conspirator dista de ser un clásico como 12 Angry Men, al igual que a todas las películas que le han seguido le falta su simpleza, contundencia y su porción de grandeza actoral, pero es una muy buena propuesta que entiende a sus antecesoras y se inscribe en esa tradición.