Sin lugar para los débiles
Sin ánimo de realizar comparaciones con la genial película de los hermanos Coen, sin embargo es dable decir que estamos frente a otra obra de personajes. En este caso, como en el anterior, todo se sustenta desde la construcción y desarrollo de los mismos. Desarrollo que debe su virtud al despliegue de los pequeños detalles, de cada uno que los instala tan verosímilmente cómo es posible.
El filme abre con una escena dura en la que a una pareja un facultativo le informa que su hijo padece una grave enfermedad, por la que deberá quedar internado en esa institución psiquiátrica. El padre, un oficial del ejército de los Estados Unidos, que continuamente es trasladado, se niega a dejar a su primogénito en mano de los médicos.
Esta primera escena será la primera de toda una serie de escenas retrospectivas que irán justificando, muchas veces de manera innecesaria, la actualidad del personaje principal.
Christhian Wolff (Ben Affleck), pues de él se trata, es un contador, profesión muy ligada a las álgebras, y un profesional muy contactado a todas las corporaciones mafiosas conocidas, las que lo contratan para descubrir si hay circulación de flujos de dineros extraviados.
En una de las ya mencionadas analepsis nos enteramos que el bueno de Christian sufre del Síndrome de Asperger, tipo de autismo funcional que le permite al sujeto llevar una vida aparentemente normal, en este caso simultáneamente ser un genio de las matemáticas.
Su padre los educa, a él y a su hermano menor Brax (Jon Bernthal), bajo las estricta reglas de entrenamiento del ejercito, conformando dos súper soldados más que dos ciudadanos. Un Terminator y un Rambo, si se quiere.
El punto es que Cristhian es casi un émulo de Anton Chigurth, el sicario del filme “Sin lugar para los débiles”, otro personaje autista, pero psicótico. Impasible al otro, sea éste quien fuera.
Christian es intensamente buscado por los oficiales del tesoro del gran país del norte, Ray King (J.K.Simmons) y Marybeth Medina (Cynthia Addai-Robinson), pues saben de los secretos que posee.
Mientras realiza una de sus habituales investigaciones empresariales conoce a Danna Cummings (Anna Kendrik), ella será su nueva colega y ayudante mientras tratan de salir vivos de la persecución de los agentes del tesoro, como de aquellos involucrados en el robo a la misma mafia, Francis Silverberg (Jeffrey Tambor), y de la organización contrincante, siendo su jefe supremo Lamar Black (John Lithgow, quien contrata al mejor asesino, que tiene a su cargo un regimiento de esbirros, sólo para detener a un simple contador.
Toda esta descripción es para demostrar que el mayor valor de esta realización se encuentra en los personajes y las actuaciones, ayudado, o sostenidos, tanto por una eficiente forma de narrar la historia como de instalar a los personajes y sus respectivas motivaciones. Posiblemente lo más flojo de toda la producción sea el guión, bastante previsible, ya que no da indicios sino que planta huellas.
Es tal la cantidad de variables puestas en juego, presentando demasiadas sub tramas que parecería ser que la intención primaria sea complicar al espectador en el armado mental del relato, pero todo es demasiado sencillo, por lo que debería ser sorpresa no funciona como tal.
Sólo la constitución, construcción y desarrollo de nuestro anti héroe, devenido empáticamente en un ídolo romántico, esta por fuera de la medianía general de la producción, situación que parece deberse a la pericia en la dirección más que a la parte literaria.
Gavin O’Connor (“Warrior”, 2011), el director en cuestión, pugna por que la cinta tenga un mayor equilibrio cuando circula del thrillers hacia el género de la acción, por supuesto que para que esto funcione debe estar apoyado en las actuaciones, en la que se destaca el nunca, hasta ahora, reconocido Ben Affleck.
En definitiva, entretiene.