Hay algo no sólo inverosímil sino de mal gusto en el nuevo film de Gavin O’Connor (Warrior, El milagro), en gran parte responsabilidad del guionista Bill Dubuque, que hace dos años nos obsequió la insufrible El juez. Ben Affleck es Christian Wolf, un hombre de limitada capacidad vincular que gana su vida como contador… y asesino a sueldo. Los flashbacks muestran a Christian de chico, con autismo diagnosticado y un genial talento matemático, algo que recibe el rechazo de su padre, el típico yanqui que quiere ver a su hijo como un hombre de acción. Y la dupla Dubuque-O’Connor logra que Christian sea todo eso, junto. Wolf vive en una especie de casa rodante rodeado de lingotes de oro, armas de todo calibre y valiosos cuadros, y cada tanto recibe el llamado de un empresario (John Lithgow), ya sea para desentrañar un desbalance en el libro de cuentas como para hacer una tarea de “hitman”, y así resulta perseguido por un agente federal (J.K. Simmons) y un matón pesado (Jon Bernthal), mientras se engancha a una agente consultora (Anna Kendrick). Solo las buenas actuaciones amortiguan el merengue narrativo.