Un héroe sin mascara
Definitivamente ya es una tendencia de estos tiempos, la de los héroes de acción que salen de las sombras por un acto altruista contra enemigos tangibles de un poder superior. Si en Jack Reacher (2012) el vector del protagonista era cumplir su palabra, en El Contador (The Accountant, 2016) el combustible es la necesidad de darle un punto final a los cabos sueltos. Pero la diferencia con todos los otros individuos de ese estilo es que Ben Affleck aquí es un autista, de afección moderada con capacidad productiva, criado por su padre militar bajo una educación basada en la defensa personal, la cual se combina con su talento para los cálculos matemáticos. Dentro de esta descripción del personaje hay que sumarle a su necesidad imperiosa de terminar los “trabajos”, ya sean sumas y restas o blancos a eliminar, porque este hombre se dedica a manejarles la contabilidad a delincuentes poderosos. En esta falencia se halla el desarrollo del conflicto de una película esforzada por mantener el suspenso, construir asertivamente el perfil del protagonista y desplegar una acción demoledora en dosis justas.
Ben Affleck aprovecha su personaje de lobo solitario, capaz de arrasar contra un grupo de mercenarios y de huir sin dejar rastros. La oración anterior se podría haber encontrado en un texto sobre Batman vs. Superman: El Origen de la Justica (Batman v Superman: Dawn of Justice, 2016), la película en la que el actor interpretaba a Bruce Wayne / Batman. La diferencia entre ese film y este del director Gavin O’Connor -responsable de las aceptables Código de Familia (Pride and Glory, 2008) y Jane Got a Gun (2016), no estrenada-, se establece en las sutilezas y en los detalles, en la estrategia fotográfica y en el manejo de los tiempos. En ambas películas, las subhistorias florecían casi como plagas, pero en El Contador la estructura del guión enhebra a todos los personajes sin dejarlos salir de un círculo que gira sobre el personaje principal. La historia está vertebrada entre un drama de superación personal y un suspenso que se desenreda lentamente, en especial para los tiempos del blockbuster actual. La acción es la tercera en discordia porque aparece como un cuchillo bien filoso para partir la historia en dos. Allí es cuando se tensan los límites del verosímil que el director logra tenderles un velo gracias a su pericia en la confección de ciertas secuencias, especialmente las escenas de la granja, en las que además se aprecia un humor necesario, aliviador después de semejante despliegue de adrenalina.
El perímetro trazado por los secundarios de J.K. Simmons (gran desarrollo de personaje), Jeffrey Tambor, John Lithgow y el villano compuesto por Jon Bernthal es fundamental para la motorización de una película ambiciosa, pomposa y audaz por bordear la banquina sin temor a perder público por mostrarse más cercana a un thriller de hace dos décadas que a un desenfreno de efectos basado en un material publicado previamente en otro soporte, con probado éxito. Como se mencionó al comienzo, los héroes solitarios sin máscaras y con objetivos minimalistas (en comparación a los súperheroes que pretenden salvar al mundo) ya son una fuerza mancomunada, no solo para defender causas perdidas de antemano sino también para aquellos sedientos de películas de otra época.