El contador

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

SUPERFICIES NARRATIVAS Y HUMANAS

Ultimamente, Ben Affleck viene desarrollando una filmografía donde pone en juego temas como las diferentes modalidades de la violencia, los lazos de lealtad, el profesionalismo, la noción de responsabilidad y los relatos como grandes portadores de verdades que tienen mucho de mentiras. Pero también ha ido profundizando en una cuestión mucho más vinculada a las estructuras narrativas y estéticas, que son los niveles de artificio. A partir de su debut en la dirección con Desapareció una noche, cada película de Affleck parece ser una permanente apuesta para ver cuánto y de qué forma se puede jugar con el espectador, manipularlo, incluso evidenciando las herramientas mediante las que se manipula y tuerce todo. Hasta se podría decir que su vocación -o hasta pulsión- por reflotar su carrera actoral, poniéndose como protagonista de sus films como director, trabajando con otros cineastas de renombre o hasta asumiendo papeles que son el foco absoluto de fanáticos muy puntillosos, es una manera más de poner ese artificio a prueba. “¿Hasta qué punto puedo crear mi propio imaginario, como realizador y actor? ¿Cuán lejos puedo llevar mi estatuto de estrella?” parece preguntarse Affleck. Su ópera prima y films como Atracción peligrosa, Perdida y hasta Argo son operaciones en mayor o menor medida exitosas, mecanismos de relojería que llevan de las narices al espectador, mientras explicitan su propia artificialidad cinematográfica, aún desde el realismo o la recreación puntillosa. En cambio, películas como Apuesta máxima o Batman vs Superman: el origen de la justicia son experimentos absolutamente fallidos, pura parafernalia donde el rostro de la estrella no alcanza porque no hay un ensamblaje narrativo que le permita al público adentrarse en lo que se cuenta, ya que sólo hay una vacía referencialidad icónica o genérica.

Dependiendo de por dónde se lo mire, El contador puede ser catalogado como un éxito o un fracaso. De hecho, es probable que fascine a unos cuantos pero también que irrite a otros tantos. Eso se debe en buena medida a que es muchas películas a la vez, por más que el planteo de base sea un thriller sobre un hombre con capacidades extraordinarias pero que a la vez presenta una rara forma de autismo, que trabaja haciendo dibujos contables impecables para distintos grupos mafiosos y al que el Departamento del Tesoro comienza a seguirle la pista. También es la historia de un tipo muy especial que de repente encuentra a la mujer correcta -casi tan rara como él y cuyo papel le viene a Anna Kendrick como anillo al dedo- en el momento y lugar equivocados. Asimismo, es el relato de un dúo de profesionales de la ley intentando lidiar con pasados tormentosos y cuentas pendientes mientras buscan a una figura criminal que es casi una sombra, apenas un sujeto borroso. Y es, finalmente, un drama familiar donde la hermandad y los lazos paterno-filiales juegan papeles decisivos a la hora de conformar una identidad. Todo tiene un aroma a ya visto y referentes previos potentes (Rainman, por ejemplo), con lo que el desafío a priori era fuerte.

¿Consigue El contador unir todas estas líneas narrativas, las tramas y subtramas de una forma verdaderamente coherente y fluida? Sólo de a ratos: en unos cuantos pasajes la película pareciera estar preguntándose qué es lo que quiere contar, sin hallar una respuesta precisa y en base a eso explicando excesivamente las acciones. A la vez, la mayoría de las resoluciones que presenta para los distintos conflictos desplegados son cuando menos erráticas y hasta definitivamente insatisfactorias. De hecho, varios de los giros finales no llegan a sustentarse de forma plenamente verosímil y hacen demasiado ruido dentro del relato. Aún así, sin superar totalmente sus indecisiones previamente marcadas, acierta en su tono general, donde lo que impera es la melancolía, la convicción de estar narrando un cuento algo retorcido sobre seres esencialmente solitarios, ansiando casi desesperadamente la compañía de otra persona a la que querer, con la que poder abrirse y ser uno mismos. Al contador que encarna Affleck y su mentor (Jeffrey Tambor); la joven que interpreta Kendrick, el obstinado agente del Tesoro que hace J.K. Simmons y su subordinada (Cynthia Addai-Robinson); e incluso el asesino a sueldo encarnado por Jon Bernthal los une la necesidad de ser sinceros y poder tener alguien que los escuche. Por eso el gran villano del film es la deshonestidad, el cinismo, el doble discurso.

En esta composición basada en la honestidad y sus formas posiblemente tengan bastante que ver el guionista Bill Dubuque, quien en El juez ya había trabajado las sumatorias de convenciones y lugares comunes, y el director Gavin O´Connor, quien en películas como La última pelea, Código de familia y Huyendo del pasado ya demostró con creces que lo suyo son los lazos familiares, los códigos de hermandad y los mandatos que se pasan de padres a hijos. Hay un gran convencimiento tanto en el guión como en la dirección del núcleo conflictivo primario, de lo que verdaderamente quiere narrar el film. Lo demás -el thriller, el policial, el drama romántico- son superficies genéricas, bastante rugosas e imperfectas por cierto, que cubren la esencia. En la autoconciencia sobre sus costuras y construcciones artificiosas, El contador bordea la pose canchera, pero siempre se aleja a tiempo de ese riesgo, porque su interés está en el protagonista y los personajes con los que se cruza. Allí localiza su humanidad, permitiéndole a la estrella que es Affleck seguir elaborando y reelaborando imaginarios, interrogándose sobre los límites de su visión sobre el cine estando delante y detrás de cámara.